Por qué no funcionan las relaciones sexuales entendidas como trabajo (Masters y Johnson)
18 May, 2017 at 19:09/ por moscacojonera“Por qué el sexo no “funciona” si se toma como “trabajo”
Son muchas las parejas (…) que por esta razón esperan las vacaciones y se resignan al hecho de que, al regresar a casa, las distracciones y obligaciones de la vida cotidiana se reiniciarán e impondrán su inevitable tributo al placer sexual. De lo que no se dan cuenta es de que están aceptando, sin discutirlo, el principio según el cual la productividad es siempre más importante que la obtención de placer. El trabajo debe estar antes que el juego. (…) La doctrina del trabajo como virtud y del juego como pecado resultó ser tenaz e intimidatoria (…) Tal vez parezca difícil de creer que hoy, en nuestra sociedad de la opulencia y orientada al ocio, trescientos años más tarde, puedan perdurar aún vestigios de un enfoque tan sobrio. Pero los viejos mitos y actitudes se resisten a morir, especialmente en lo que se refiere al sexo. Es común que desaparezcan aparentemente, pero sólo para volver a presentarse bajo un disfraz diferente. Esto se puede advertir en la influencia de la ética del trabajo sobre las actitudes sexuales en la sociedad occidental contemporánea. Superficialmente se han producido cambios considerables: muchas personas se muestran cada vez menos dispuestas a hacer del trabajo el centro de su vida, y más a aceptar el placer sexual como parte de su herencia natural. Pero, para muchas otras, tal cambio no ha existido o bien es aparente e ilusorio. En el primer caso la persona sigue asignando la primera prioridad al trabajo, y al sexo le otorga un valor ínfimo. En el segundo caso, más complicado, una persona puede asignar una ele- vada prioridad al sexo, pero considerar el contacto sexual como si fuera también una tarea que hay que dominar y cuyo desempeño es susceptible de medición, otra vez una irónica y desdichada aplicación de las normas de la ética del trabajo.
El trabajo antes que el placer… o el placer como trabajo.
(…) En un extremo encontramos a las relaciones tradicionalistas, para quienes el trabajo significa redención y cualquier otra cosa es inútil e incluso inmoral. El fin del sexo es la procreación, no el placer. (…) La situación no es la misma para las parejas cuya adhesión a los valores religiosos es menos total. Cuando un matrimonio así asigna la primera prioridad al trabajo y la última al sexo, lo hace por razones materialistas. De hecho, están poniendo patas arriba la ética del trabajo: no traba- jan para vivir, viven para trabajar. Son la gente que está continuamente en busca de maneras de ocupar su tiempo y de sacar provecho de sus energías: hacen más dinero, progresan en una carrera, decoran mejor su hogar, acumulan propiedades, se dedican a los asuntos de la comunidad… en una palabra, hacen cualquier cosa que se parezca a trabajar, porque de ello obtienen la única justificación que les parece aceptable para vivir.
(…) Está claro que una pareja como ésta puede estar empleando el trabajo como una pantalla que le permita no tener que enfrentar sus problemas sexuales. (…) Pero también es posible que, en realidad, no se den cuenta de que simplemente sentarse a charlar y estar jun- tos pueda tener alguna influencia sobre el placer sexual. Es posible que piensen que el sexo como tal es algo que hay que hacer, como el trabajo, en el momento y en el lugar apropiados.
(…) la ética del trabajo se transfiere a la relación sexual. Del individuo se espera que subordine su estado de ánimo a la tarea que debe cumplir. Mal podría ser de otra manera ¿Cuánta gente, por ejemplo, despierta feliz y deseando empezar el trabajo del día? Salvo quienes tienen la suerte de hacer lo que realmente quieren hacer, todo el mundo debe dejar de lado sus sentimientos referentes al trabajo que les espera, y ocuparse de hacerlo bien y con eficiencia. Si se imponen un rígido control de sus emociones durante ocho horas diarias, mientras se concentran en hacer su trabajo, (…) la transición que los convierta en individuos capaces de actuar de acuerdo con sus sentimientos espontáneos y auténticos se hace difícil y, para algunas personas, imposible.
Para las parejas que no respetan su propia sexualidad, la capacidad de interactuar con libertad jamás se desarrolla, porque no la valoran. Para esas parejas, estar a solas sin hacer nada es exactamente eso: no hacer nada. Y sienten que están perdiendo el tiempo.
La tarea de mantener a raya los sentimientos
Para quienes sí aceptan y valoran su sexualidad, sin embargo, el problema reside en entender que esa misma parte que deben disciplinar con miras al trabajo – sus auténticas emociones en un momento dado – es la parte que necesita liberarse de toda disciplina para que la relación sexual de esa pareja florezca. Es notable observar que durante las vacaciones, el único momento en que, con aprobación social, la gente puede hacer lo que le da la gana en el momento en que le da la gana, las mujeres que no alcanzaban el orgasmo suelen alcanzarlo con frecuencia, y los hombres con dificultades funcionales se sienten frecuentemente revitalizados.
Tal fue el caso de la pareja comentada antes, que salió de vacaciones sin sus criaturas. La ausencia de las preocupaciones e intrusiones de la vida diaria contribuirá sin duda al resurgimiento del vigor sexual, pero aparte eso está el hecho de que, cuando esa pareja está de vacaciones se sienten libres de la exigencia cultural de mantener a raya sus sentimientos. El impulso a tocar, por ejemplo, puede traducirse inmediatamente en el acto de tocar; el deseo de hablar se convierte en una conversación que puede durar el tiempo que se quiera y desviarse hacia todos los temas que surjan; el hecho de tumbarse, en pareja y en silencio, se vivencia como una íntima unidad. Todo esto, y otras cosas, pueden ser profundamente sexuales.
Las parejas que no consiguen intuirlo, que persisten en la creencia de que el sexo se ha de reservar para un lugar y un momento determinados y que el deseo físico, como la capacidad de trabajo, está sometido al poder de la voluntad, corren el riesgo -al volver a casa después de unas gratificantes vacaciones- de descubrir una vez más que han perdido su capacidad de respuesta sexual.
Un nítido contraste con los individuos que se valen de la ética del trabajo, ya sea para evitar el contacto sexual o para desvalorizarlo, lo ofrecen quienes le asignan un elevado valor al sexo, pero que inconscientemente lo abordan desde una perspectiva laboral. Para ellos, el sexo, como el trabajo, se convierte en un problema de desempeño. Siempre tienen a la vista una meta: la eyaculación para el hombre, el orgasmo para la mujer. Dentro de su esquema, el sexo es una actividad orientada a fines, y su objetivo es el coito. Si se alcanza dicha meta, se ha cumplido satisfactoriamente la tarea.
Es bastante lógico que, dentro de un enfoque semejante, se ponga el acento en factores cuantitativos como medida de la calidad. Por ejemplo, en una pareja heterosexual, si el hombre se desempeña con suficiente habilidad, la mujer puede tener varios orgasmos, y desde este punto de vista, dos o tres son evidentemente superiores a uno. Si la mujer tiene la habilidad necesaria, puede estimular el hombre para que le responda varias veces en una noche.
Para ellos, el sexo no es una manera de ser, de expresar el estado anímico del momento, de nutrir la continuidad de un compromiso emocional. Es siempre un incidente aislado. Un contacto sexual orientado hacia metas se concentra siempre en este momento y en este acto. Exige la gratificación ahora, y la gratificación se retribuye únicamente mediante el logro de metas sexuales específicas.
El sexo orientado a unas metas frente a otras dimensiones del placer sexual
Por lo común, el sexo orientado hacia metas se auto-anula. Como resultado de una constante exigencia de lograr marcas, que puede bloquear la apreciación emocional de lo que realmente está ocurriendo, el interés sexual no tarda en perderse. Al principio, es posible que haya una excitación sensorial excepcionalmente intensa, pero la constante declinación de la capacidad de respuesta sexual es poco menos que inevitable, porque el poder de suscitar excitación por mediación exclusiva de la estimulación física y táctil está sometido a la ley de rendimiento decreciente.
La primera vez que una mano toca un cuerpo, la sensación, alimentada por la expectativa de lo que está por suceder, puede ser explosiva. Sin embargo, para la décima o vigésima vez, si las expectativas no han resultado satisfechas, la mano no será probablemente más que una presencia física familiar, cuya capacidad de movilizar la respuesta deseada ha disminuido considerablemente. Y para la quincuagésima vez es posible que incluso un contacto anhelante no tenga ningún efecto positivo, y que hasta pueda provocar aversión.
Pero si ese contacto se sitúa en el contexto de un clima emocional en el cual dos personas están juntas simplemente porque les gusta estar juntas y porque arreglan su tiempo y sus circunstancias de manera que les permita expresar los sentimientos (…) que, como seres humanos solícitos, avivan uno en otro el placer sexual en forma totalmente independiente del acto del coito, entonces, la caricia de una mano es mucho más que una simple estimulación táctil. Entonces, el tacto adquiere significado emocional.
En el marco de una relación de cálido compromiso emocional, el sexo puede cambiar de carácter, y la respuesta sexual convertirse en algo difuso. Es posible que no siempre llegue a las cumbres de excitación que vivencian en ocasiones una pareja en sus primeros contactos de tanteo. Pero es posible que se descubran otras dimensiones del placer sexual: la familiaridad que tranquiliza, la seguridad que permite mostrarse totalmente vulnerable, y la sensación cada vez más profunda de la intimidad emocional, entre otros placeres. Por el contrario, las cumbres que se alcanzan en una relación sexual orientada a metas no dejan de perder altura, y sólo se las puede volver a alcanzar -y a veces ni eso- con una pareja nueva, y después con otra.
No hay que interpretar esta observación como una condena del sexo orientado a metas, si tal resulta ser todo lo que un individuo desea, encuentra o es capaz de lograr. El sexo como actividad orientada a metas es el sustituto habitual cuando no se llega a alcanzar, o se evita deliberadamente, el contacto sexual dentro de un compromiso emocional ¿Cuántas personas, en pareja o no, tienen éxito en la búsqueda de una relación de compromiso emocional recíprocamente compartido? Pues la pareja no establece automáticamente la diferencia. Por el contrario, son muchas las parejas en las que el contacto sexual se orienta por metas, se convierte en la exigencia unidimensional de una gratificación momentánea. Ésta es una de las razones de que tantas parejas se quejen de aburrimiento sexual. Como los obreros de una línea de montajé, realizan movimientos rutinarios que dan resultados predecibles. Están siguiendo directivas, en vez de expresar sentimientos.
Quieren saber, por ejemplo, cuántas veces por semana deberían practicar el coito. Si todo el mundo lo hace tres veces por semana, entonces ellos tienen que hacerlo tres veces por semana. Tres veces es lo justo y apropiado; si fuera menos, eso significaría que algo debe de andar mal en su relación… y si fuera más, significaría que algo muy diferente debe de andar mal en su pareja.
Los números les sirven también de otras maneras. Si uno de los participantes tiene un nivel de deseo sexual más bajo, los números son una forma conveniente de limitar las exigencias del otro. «¿Cuánto es lo que tengo que hacer?», preguntan estos individuos. Es otra vez, naturalmente, la ética del trabajo del principio al fin.
La especialización laboral
El aburrimiento resulta también de lo que se podría llamar, y con justicia, especialización laboral en el dormi- torio. Tal es, en efecto, la consecuencia de estereotipar los roles sexuales. Cada uno de los miembros de la pareja tiene su propia responsabilidad particular. De la persona más activa, por ejemplo, se espera que inicie el contacto sexual, porque creen que eso es su «tarea». Así es como la secuencia de lo que sucede se vuelve completamente rutinaria y, tarde o temprano, la relación sexual se hace superficial, y finalmente objetable.
A algunas personas les parecerá que la solución para evitar un deterioro semejante es obvia: hacer que la otra persona tome la iniciativa sexual con igual frecuencia. Sin embargo, una solución como ésta es un ejemplo perfecto de la ética del trabajo en acción. Indicar a la persona menos activa que tome la iniciativa en un determinado porcentaje de los contactos sexuales no hace más que reforzar la noción de que en lo sexual, como en el trabajo, las mejoras se consiguen mejorando la técnica. Con que esa persona aprenda algunas tretas más, o las aprenda su pareja, o se haga una asignación «adecuada» de las actividades sexuales -y lo que es más importante, si consiguen mejores instrucciones y practican mucho- todo irá sobre ruedas.
Esto sencillamente, no es verdad. No se puede dar por respuesta ninguna fórmula. Cada uno de esos individuos debe sentirse en libertad de descubrir su forma peculiar de expresar anhelos, deseos y necesidades a medida que éstos se presentan, de manera espontánea y natural, nunca porque le hayan sido asignados basándose en que es hombre o mujer, o por cualquier otra razón, nunca porque se lo indiquen los números de un libro.
Menos disciplina emocional
Se dice con frecuencia que a una pareja le cuesta trabajo hacer de su relación un éxito. La expresión parece desafortunada, especialmente en relación con el sexo. Si hay una cosa que no deberían hacer, es trabajar en la relación como si se tratara de una especie de tarea. Sin embargo, tal es el sentido del mensaje que transmiten una serie de desalentadores libros sobre el tema. De hecho, dos sociólogos de la Universidad de Nueva York en Buffalo, Lionel S. Lewis y Dennis Brissett, al dar término a un análisis crítico de los libros que aconsejan a las parejas sobre la manera de mejorar su vida sexual, señalaron que «el juego sexual en la pareja se ha visto efectivamente impregnado por las dimensiones de una ética del trabajo. El juego del sexo en la pareja es presentado por quienes asesoran, de manera muy definida, como un trabajo».
Lo más frecuente es que tales libros presten flaco servicio a las parejas con dificultades. Quienes buscan mayor felicidad sexual lo único que necesitan es menos disciplina emocional; necesitan aflojar y no acentuar la dirección deliberada y consciente de sus esfuerzos. Si algo tienen que descubrir, eso les concierne a ellos como individuos peculiares y únicos, y a los privilegios y responsabilidades de su relación. Tienen que aprender a confiar totalmente el uno en el otro y a ser vulnerables, el uno ante el otro, y a dejar que sus sentimientos se desplieguen a su manera y en su momento: Deben aprender a comunicarse, no simplemente con palabras, sino también con un toque o una mirada que no necesitan explicación.
Pero, sobre todo, en pareja, deben aprender a estar recíprocamente presentes; no sólo a mirar, sino a ver; no sólo a oír, sino a escuchar; no solamente a hablar, sino a conversar”.