Advertencia: Como todo trailer, contiene spoilers… Este es el vídeo de promoción de la película, para quién no la haya visto. Aquí, doblada al castellano.
Druk (Otra ronda) es de esas películas que nos vamos recomendando todo el mundo, cada cual por sus razones. El tema central de la película, como indica el título, es lo extendido que está el consumo de alcohol en la sociedad y lo complicado del tema: que beber alcohol tiene sus cosas buenas (las emociones y situaciones a las que lo asociamos) y sus cosas malas.
Pero hay un segundo tema que me interesa muchísimo en esa película: la masculinidad. Como contaba el otro día en twitter, me parece que la película es muy buena para darse cuenta de que la masculinidad, si quisiera hacer un cambio hacia una «nueva mejor masculinidad», no tendría que hacer nada nuevo, distinto, sorprendente. Sólo escuchar. Estar presentes. Escuchar las propias emociones para CONECTAR con otras personas.
La masculinidad tiene muchas ventajas, de las que se ha escrito miles de veces. Se manifiesta en muchas cosas, pero el juego sobre todo se ha puesto en evidencia por el feminismo durante décadas, a lo que no tengo nada nuevo que aportar. Es como jugar con las cartas marcadas todas las partidas… y decidir si se quiere recurrir a usar esa información o no. Pero la ventaja está ahí permanentemente ¿Tiene cosas malas? Por supuesto. Pero tiene más ventajas que inconvenientes. La masculinidad es muy útil cuando todo va bien en la pareja, la familia, el trabajo, las amistades… Esas cosas se convierten en una especie de reflejo, de avales sociales de la imagen que proyecta esa masculinidad.
El problema es que, cuando uno de esos pilares falla (pareja, familia etc), se le cae la careta a esa fantasía de individualidad. Se es consciente de repente de que, si esa relación se acaba, no queda nada. Que si se pierde el trabajo, se desmorona toda la red social. Que no queda nadie alrededor…porque no se ha trabajado en crear una red emocional.
Es algo que se puede ver en la película: mientras existe la disculpa del experimento con los amigos, el resto de cosas en sus vidas deja de importar. El alcohol, o el trabajo, o el deporte, o el doctorado o el proyecto que sea, se convierten en un espacio donde evadirse cuando no se encuentra la manera de resolver hablando los problemas que surgen en una relación, en las relaciones importantes de nuestra vida.
Como dice Gottman, uno de esos autores imprescindibles sobre relaciones (a pesar de las pegas que tiene), en los problemas de pareja se suele confundir el síntoma con el problema.
«Algunas personas abandonan un matrimonio de forma literal, divorciándose. Otras lo hacen simplemente viviendo vidas separadas bajo el mismo techo. Sea cual sea el camino, existen cuatro etapas finales que señalan la muerte de una relación:
1. Considerar que los problemas matrimoniales son muy graves.
2. Hablar parece inútil. Cada uno intenta solucionar los problemas a solas.
3. Empiezan a llevar vidas separadas.
4. Se sienten solos.
Cuando una pareja llega a la última etapa, uno de los cónyuges, o ambos, puede tener una aventura. Pero una relación extramatrimonial es por lo general un síntoma de un matrimonio moribundo, no la causa. El final del matrimonio podía haberse predicho mucho antes de la relación extramatrimonial.»
No es hasta que aparece lo que se cree un problema (la relación extramatrimonial o cualquier otra señal fácilmente identificable como indicador de una crisis) que se pone empeño en resolver ese problema (que no es más que un síntoma). Y se cree que hay que resolver «el problema» (la infidelidad, por ejemplo) cuando eso no más que un síntoma del problema inicial: la falta de conexión. El problema real apareció mucho antes: No conectar, ni saber cómo hacerlo. A veces, incluso, creer que es normal dejar de conectar porque así son las relaciones… y normalmente, no conectar con quién se tiene una relación no es más que OTRA muestra más de una carencia más profunda: no saber conectar con otras personas.
Conectar permite crear esa red emocional que hace falta cuando tenemos una gran crisis en la vida. Es una red emocional, afectiva que TODO ser humano necesita. En esas crisis se es consciente que no existe esa red. Y por eso insisto a menudo a muchos hombres de la urgencia de crear esa red. Algo que no se puede hacer de un día para otro, que crece lentamente, de forma orgánica, con mimo, con cariño, con calma. Sin que eso nos suponga un gran reconocimiento social. Tener esa red no es algo que se considere un «logro». Pero es algo im-pres-cin-di-ble como ser humano. Y por eso es mejor trabajar en esa red antes de que lleguen las crisis casi inevitables en la vida, antes o después.
Si ignoramos toda la literatura feminista que hay al respecto, todos los estudios y libros que hay sobre todas las masculinidades y nos quedamos con la visión matrimonial heterosexual muy clásica de Gottman en un libro de hace 20 años (Las siete reglas de oro de vivir en pareja) como el mínimo de los mínimos al que aspirar, sería lo que él llama «esposos emocionalmente inteligentes». No son más que una «versión actualizada» del «hombre de la casa» de los años 50. Pero la cuestión es que seguimos lejos de esa versión actualizada.
«Mis datos sobre parejas de recién casados indican que cada vez hay más esposos que sufren esta transformación. Un 35 por ciento de los hombres que hemos estudiado encajan en esta categoría. Las investigaciones de décadas anteriores muestran que el porcentaje era entonces mucho más bajo. Puesto que esta clase de esposo respeta y honra a su mujer, estará más abierto a aprender de ella sobre las emociones. Llegará a comprender el mundo de ella y el de sus hijos y amigos. Tal vez no se muestre tan emotivo como ella, pero aprenderá a relacionarse mejor emocionalmente con ella, y por tanto sabrá mostrarle que la respeta y la honra. Si está viendo un partido de fútbol y su mujer necesita hablar, él apagará la televisión para estar con ella. Está eligiendo el «nosotros» por encima del «yo». El esposo emocionalmente inteligente es el siguiente paso en la evolución social. (…)
El nuevo esposo probablemente haga de su carrera algo menos prioritario que su familia, porque ha revisado su noción de «éxito». A diferencia de otros esposos, incorpora de forma natural los primeros tres principios en su vida cotidiana. Tiene un mapa de amor detallado del mundo de su esposa, se mantiene en contacto con su admiración y cariño por ella, y se comunica volviéndose hacia ella en sus acciones diarias. Esto no sólo beneficia su matrimonio, sino también a sus hijos. Las investigaciones muestran que un esposo que sabe aceptar la influencia de su mujer, tiende también a ser un padre notable. Conoce bien el mundo de sus hijos, sus amigos y sus problemas. Puesto que no tiene miedo de las emociones, enseña a sus hijos a respetar sus propios sentimientos y a respetarse a sí mismos. También por ellos apaga la televisión, porque quiere que recuerden que su padre tuvo tiempo para ellos. Esta nueva clase de esposo y padre vive una vida plena y llena de significado. Al tener una familia feliz, le resulta posible crear y trabajar con eficacia. Al estar conectado con su esposa, ella acude a él no sólo cuando tiene problemas, sino también cuando está contenta. Cuando cae una nevada en la ciudad, sus hijos irán corriendo a buscarle para que la vea. Las personas que más le importan lo querrán mientras viva y lo llorarán cuando muera.
La otra clase de esposo y padre es un caso muy triste. Ante la pérdida de poder masculino se siente indignado o bien víctima inocente. Puede tornarse más autoritario o retirarse a su solitaria concha para proteger lo que le queda. No muestra mucho respeto hacia los demás, porque está obsesionado con el respeto que cree que los demás le deben. No aceptará la influencia de su esposa porque tiene miedo de perder más poder. Y puesto que no acepta la influencia de su esposa, él mismo no tendrá mucha influencia. La consecuencia es que nadie lo querrá demasiado mientras viva ni lo llorará demasiado cuando muera.»
Fuente: John Gottman. Las siete reglas de oro de vivir en pareja (fácil de encontrar online)
El libro cuenta claramente cómo conectar, a qué se refiere con palabras que suenan tan antiguas a veces. Y aunque el vocabulario y el enfoque son anticuados, habla de cosas que siguen pasando en pareja, porque nuestro modelo de pareja sigue siendo muy similar al matrimonial (nos casemos o no).
Sin duda, si se le pregunta a ellos, dirán que han cambiado, que no son así, que saben conectar con su pareja. La cuestión está clara cuándo se le pregunta a ellas. Y mientras ellos trabajan, o luchan con esos retos que la vida les presenta (y se siguen aislando), ellas tienen clara la situación: está aumentando la distancia. Algo que ellas ven, ellos no y que, cuando ellas avisan, ellos creen que no es cierto. Hasta que surge una crisis.
En esas situaciones de crisis, la angustia y miedo no dejan ver más allá del peligro de abandono. El miedo a que no haya ninguna red. Y en esa situación de pánico al sentir que puede perder todo lo que más le importa, al sentir esa soledad, no se sabe qué hacer. En realidad, no hay que hacer nada nuevo, distinto, sorprendente. Sólo escuchar. Estar presentes. Escuchar las propias emociones para CONECTAR con otras personas. Algo que se debería haber hecho antes. O empezar a hacerlo hoy, antes de que las cosas empeoren, de que la distancia aumente, de que parezca inútil hablar y vaya cambiando esa relación, poco a poco, hasta parecerse, cada día más, a convivir pero con ese sentimiento de soledad.
Ahí la película no plantea cómo resuelven esa desconexión. No es una película fácil, donde cuente de forma simple una historia de crisis personal y renacimiento, sino que nos mantiene todo el tiempo en el filo, mostrando lo complicado de convivir con una cultura que gira tanto en torno a beber alcohol en tantas situaciones. Pero sí muestra cómo cambian las diferentes vidas de cada uno de los personajes en sus relaciones o ausencia de ellas. Algo que puede pasar desapercibido si sólo vemos al tema del alcohol pero que, como digo, el alcohol se puede cambiar por cualquier otra actividad que nos absorba (una dedicación excesiva a un trabajo, un proyecto, unos estudios) y nos sirva de evasión, dejando que esa desconexión cada día sea mayor.