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El fin del amor (Eva Illouz)

5 noviembre, 2020 a las 9:01/ por

«Las afinidades entre las relaciones negativas y el capitalismo escópico (…) permiten entrever hasta qué punto las relaciones íntimas, la sexualidad y la familia han adoptado e imitado características del mercado, del consumo y del trabajo capitalista. (…) Ciertas dinámicas negativas, moldeadas por fuerzas económicas y sociales, determinan (si esa es la palabra correcta) la no formación de vínculos y la disolución de vínculos establecidos. (…)

Ha emergido una nueva estructura de sentimientos que atraviesa, impregna e interconecta las esferas de lo económico y lo sexual, a la vez que genera una yoidad definida por una serie de características: flexibilidad (en forma de capacidad de para circular entre múltiples parejas, acumular experiencias y llevar a cabo diversas tareas simultáneas); tolerancia al riesgo, a los fracasos y a los rechazos; y una intrínseca deslealtad (al igual que los accionistas, los amantes pueden retirarse para invertir en una «empresa» más rentable).

Los agentes sexuales, tal como los agente económicos, no solo operan con una conciencia agudizada de la competencia, sino que además adquieren destrezas de autosuficiencia y un sentido general de la precariedad. Una inseguridad generalizada coexiste con la competitividad y la desconfianza.

Como resultado, los agentes sexuales desarrollan técnicas para defender su autoestima o su valía, aliviar la ansiedad, incrementar su desempeño (emocional) e invertir en futuros inciertos, técnicas todas provistas por el expansivo mercado de la autoayuda, la psicología y la espiritualidad».

Dentro del puzle de las relaciones humanas, me interesa el foco que pone Eva Illouz en cómo se terminan. En la forma en que ya no se rompen los vínculos sino que se desvanecen, se apagan sin un momento de crisis concreto. Y si no existe un momento crítico, se hace complicado vivir ese (no) momento con el dolor lógico de la pérdida de cualquier vínculo importante ¿Qué sentido tiene que «montes en un drama» cuando no hay un momento concreto para hacerlo, cuando ya se irá viendo con el tiempo, cuando no ha habido «técnicamente» una ruptura»?¿Cómo se puede hacer un duelo de una (no) pérdida?

Y en forma de (no) romperse los vínculos, Illouz suma un poco de luz. A eso sumaría un estudio de hace años (no sé si es posible encontrarlo y enlazarlo, no recuerdo el nombre) hecho por Pandora Mirabilia que encontraron que entre adolescentes se daba lo que yo llamo «fusión volátil»: Una oscilación entre dos extremos, desde el amor-fusión a la ausencia de vínculo. O todo o nada. O al cien por cien o a cero. Cuando nos juntamos, lo eres todo para mí, lo más importante del mundo. Cuando nos separamos, entre un encuentro y otro, no me demandes nada, porque no somos nada, no tenemos nada concreto. Si no tenemos nada, tampoco se puede romper nada.

Una forma de relacionarnos que ha pasado de ser entre dos sujetos a pasar entre un cliente y un proveedor, como comenté hace meses: las relaciones convertidas en servicio. La necesidad de que todo sea liviano, no nos pese, nos permita pasar de unas relaciones a otras, de las relaciones al trabajo sin problema, que nada nos descentre demasiado (tan parecido a la «dieta de dopamina» de Silicon Valley). Pasamos de la medicalización de facetas de nuestra vida a hacerlo con la vida entera. Debemos disfrutar sin que nada nos afecte radicalmente, no vayamos a desarrollar una adicción. La cosa es entretenerse en medio de tanta precariedad y en medio de luna vida laboral cada vez más omnipresente (si en tu trabajo controlan tus redes sociales, estás mostrando un personaje adecuado para tu curriculum. Debemos entretenernos «de forma sana».

En medio de ese panorama, no es raro que se busque tener vínculos que no nos peses demasiado para que los cambios y rupturas tampoco nos afecten demasiado. Vínculos que sean lo más parecidos a la suscripción a Netflix. Y que, si no te satisface, puedas cortar tus suscripción con un clic, sin que Netflix te «monte un drama».

Lo que citaba más arriba: «las relaciones íntimas, la sexualidad y la familia han adoptado e imitado características del mercado, del consumo y del trabajo capitalista». Se sabe de los efectos negativos muy profundos en nuestra vida desde hace décadas, no es algo nuevo, sino un paso más.

La alternativa también la tenemos desde hace tiempo. Simone de Beauvoir, Emmanuel Levinas… La cnnexión profunda, humana, desde la (imprescindible) vulnerabilidad con el sujeto que tenemos enfrente. Pero eso hoy no solo suena anticuado, sino «peligroso». Hemos trasladado el «peligro del sexo» a las relaciones. Desde el siglo XIX se ha ido creando esa idea del sexo como el espacio de lo irracional, lo peor de nuestros deseos, como el campo donde se da lo animal, lo bajo, lo no humano, en lugar de haberlo pensado como un campo donde crecer, donde hay tantas cosas tan humanas. Y ese estigma que tenía todo lo sexual se ha ido desplazando también a los peligros de vincularse con alguien. Hemos cumplido perfectamente el requisito individualista del capitalismo: Como lo llama Almudena Hernando, nos hemos creído la fantasía de la individualidad (PDF), para vivirla desde nuestras pantallas, desde la distancia, sin cuerpos de por medio.

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