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El sexo lo contamina todo (2): Por eso no se puede hablar de él.

22 agosto, 2013 a las 11:00/ por

Y continuo traduciendo lo de ayer, porque esa esquizofrenia entre el mundo del sexo y el intelectual, esa elección inevitable entre hablar de sexo (para convertirse en el centro de todo) o no hablar de sexo, porque no se puede, porque está fuera de lugar, tiene consecuencias más profundas de lo que a lo mejor parece a primera vista. Como la educación sexual en los colegios que, de repente, parece que no está al mismo nivel que saber de ciencias sociales, matemáticas, física y química, biología, lengua… Con los años tendrán que elegir si ciencias o letras, qué carrera seguir, pero el sexo lo van a usar el 100%. Pero no, el sexo no pinta nada en los colegios. 

Y no hablar de sexo tiene otra consecuencia, con la que sigue el artículo de Jude Roberts. Perdón, la Doctora Jude Roberts. Es un texto INMENSO, pero me parece muy interesante que empiece hablando de porno y consiga hablar de abusos sexuales, violación, porno, prostitución, consentimiento y dar consejos sobre qué deberíamos hacer. Épico me ha parecido.

«Una de las consecuencias más odiosas y realmente terribles de nuestro rechazo a hablar de sexo es que los abusos sexuales también se excluyen de la discusión. Solo le es posible a menores de quienes han abusado sexualmente el llamarlo «depredador» en una sociedad que fundamentalmente malinterpreta la naturaleza del consentimiento. La educación sexual en este país [Reino Unido] es, como mucho, básica y a menudo no se habla del consentimiento: Qué es, por qué es importante, como darlo y recibirlo y como rechazarlo y aceptar la negativa. «NO quiere decir NO» no vale para una sociedad en la que se considera realmente maleducado rechazar cosas que te están ofreciendo. ¿Cuantas personas hemos aceptado de mala gana invitaciones a fiestas, a cenar, al bar o a la casa de alguien de la familia simplemente porque sabíamos que negarnos provocaría una respuesta negativa?. Imagínate ahora que la invitación nunca fuese hecha de manera explícita, que la persona que hace la oferta simplemente asumiese que te apetece, que para negarte tienes que ser la persona que rompe el tabú sobre hablar de sexo al mismo tiempo que quien provoca una respuesta negativa fruto del rechazo.

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Cuando nos negamos a hablar de sexo en público hacemos algo más que reforzar un estereotipo nacional. Creamos un entorno en que hablar de abusos sexuales es considerado un acto sexualmente provocador. También contribuimos a esto cuando tratamos los abusos sexuales como una categoría especial de violencia, perpetuada exclusivamente por hombres contra mujeres y completamente incomparable con cualquier otra forma de abuso físico. No lo es. Que me violasen es, con mucho, la cosa más horrible que me ha pasado nunca. Aún lucho contra las consecuencias a veces, a pesar de que sucedió hace más de diez años. Pero el horror que supone la violación no es mayor que el horror del asesinato o la tortura o cualquier otro abuso violento. Tratamos el abuso sexual como una categoría especial de violencia no porque sea más violento que otros, sino porque incluye sexo. Culpar a las víctimas —las maneras en que nuestra cultura le dice a las víctimas que ellas, y no quien les atacó, son responsables del ataque sexual— es parte de las consecuencias del tabú sobre hablar de sexo. Levantarse en público y hablar sobre un abuso sexual es hablar sobre sexo en una sociedad que considera indecorosa cualquier conversación sobre sexo. En este contexto, hablar de mi uso del porno y de mi violación en televisión puede haber sido valiente. Puede que no tenga afecte mucho a mi carrera académica, el tiempo lo dirá. Puede que signifique que no pueda distinguir si la persona desconocida que me está mirando en el metro está pensando sobre qué tipo de porno me gusta, o mucho peor, si fue ver «porno sobre fantasías de violación» lo que me llevo a que me violasen o si, simplemente, están deseando que les deje mi asiento.

Fue algo que sentí sería capaz de hacer porque me beneficio de un montón de maneras en que catalogamos a la gente, incluso si estoy manejando las consecuencias negativas. Soy blanca, soy joven (pero no demasiado joven), soy cisgénero (es decir, que mi identidad de género coincide con el que me asignaron al nacer), soy de clase media y tengo una formación considerable. Estas cosas no son triviales. Sentarme en un sofá en el programa Newsnight con otras personas blancas, cisgénero, entre 21 y 55 años, de clase media para hablar de pornografía fue un privilegio inmenso. Podíamos haber hablado con una selección más amplia de participantes, pero aparte de la necesidad básica de que te lo pidan, aceptar participar en un debate así requiere un grado de confianza en que podrás hablar y que se te escuchará y que no te van a reducir a tu sexualidad —algo que le sucede a las personas negras y las trans, especialmente cuando resulta que son mujeres. La conversación sobre porno necesita ampliarse y ser más inclusiva en muchos sentidos. Las críticas hechas al porno frecuentemente reducen todo el porno al que se produce por unas pocas productoras para el mercado mainstream. El mercado mainstream en este caso —y en cualquier otra forma de cultura— está dominado por productos dirigidos a hombres heterosexuales y cisgénero. Igual que la gran mayoría de estrenos de cine, programas de televisión, publicidad y revistas de hobbies/actividades (dejando de lado el sustancial mercado de revistas «para mujeres» que contribuye, por sí mismo, a las representaciones negativas de las mujeres), el porno mainstream está producido asumiendo que los deseos de los hombres heterosexuales, blancos, cisgénero son simplemente más importantes que los de cualquier otra persona. Además de dejar de lado los deseos, expectativas y planes del resto de la gente, reduce los complejos deseos de quienes son su mercado a aburridos clichés y estereotipos. 

Pero no todo el porno es igual. Hay una proporción considerable de porno producido para hombres gay. Puesto que ese género sólo muestra hombres, es difícil ver como encaja esto dentro de las argumentaciones de que el porno lleva a o causa violencia contras las mujeres. Hay productoras porno independientes, éticas y feministas, individuos y empresas, que están consiguiendo más mercado cada año y al comprometerse con una gama considerablemente más amplia de identidades sexuales, identidades de género, tipos de cuerpo y prácticas sexuales están replanteando cómo es el porno y para qué vale. Dentro de este contexto, el porno que explora los deseos y fantasías sexuales de las mujeres está tomando una importancia que no ha tenido antes. Esto incluye fantasías en las que no hay consentimiento. La mayoría de los estudios sobre las fantasías sexuales de las mujeres sitúan entre un 30 y un 50% el número de mujeres que reconocen tener fantasías que incluyen sexo sin consentimiento. Con las dificultades que hay para hablar en absoluto de deseo sexual en nuestra sociedad, especialmente las mujeres, y por la naturaleza particularmente tabú de esta fantasía, es razonable asumir que esos porcentajes son bajos, pero incluso si no lo fuesen, que el 30% de las mujeres tenga esa fantasía es algo de lo que vale la pena hablar.

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El «sexo sin consentimiento consensuado» —un acuerdo entre quienes participan por el que en un contexto concreto y durante una actividad acordada previamente una de las partes «se dejará dominar sexualmente» por la otra— es similar a otras actividades físicas extremas. Cuando vamos a una montaña rusa o saltamos en paracaídas  o nos lanzamos por una pista de esquí estamos confiando en que la gente que fabricó o maneja el equipo les preocupamos lo suficiente para ocuparse de nuestra seguridad, mientras tenemos la oportunidad de experimentar una emoción extrema, aumentada por la adrenalina, que de otra manera no seríamos capaces de sentir. Lo hacemos porque como seres humanos tenemos curiosidad y nos excita probar nuestros límites y, mientras esté asegurada nuestra seguridad, no hay por qué no debamos explorar los límites de nuestras experiencias sexuales tanto como cualquier otra cosa. Las fantasías de sexo sin consentimiento son fantasías de manera crucial. Esto quiere decir que cuando estamos hablando de porno que satisface esas fantasías no nos referimos a imágenes de sexo realmente sin consentimiento. Las imágenes reales de sexo sin consentimiento son porno en la misma medida que las imágenes sexuales de menores son porno. En ambos casos las imágenes son la prueba de un delito violento y tienen que ser tratadas como tal.

Frente a esto, disfrutar de la ilusión de perder el control, normalmente en manos de otra persona o personas extremadamente atractivas y deseadas y que te «obligen» a soportar varios orgasmos y otras delicias sexuales no puede estar más lejos del sexo no-consensuado. El porno que explora esta fantasía desde un punto de vista ético casi siempre incluye un apartado al principio en que la víctima aparece explicando que están de acuerdo y normalmente también están tremendamente excitada por tener la oportunidad de cumplir esa fantasía, y a menudo incluye un apartado al final en que reflexionan sobre la experiencia.

(continua el lunes, mañana es bi-ernes)

Origen imágenes: Rape sex robbery donation /  Violacion

Fuente artículo: http://femusings.org/pornography-sex-dr-jude-roberts/

2 Comentarios a “El sexo lo contamina todo (2): Por eso no se puede hablar de él.”

  1. Jam dice:

    y porque solo habla de mujeres con sexo no consentido-consensuado? No hay nada que aterre mas a los hetero. ;-D

    Esperamos las dos cosas..la continuacion y en especial el bi-ernes, con impaciencia.

    salut

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