La resaca sexual (genital), la resaca relacional (emocional)
29 septiembre, 2021 a las 13:09/ por moscacojonera
LA RESACA GENITAL
Como contaba hace cinco años en Pikara, aquella liberación que prometían los herederos de Freud, aquel final de la represión se convirtió, después de la Segunda Guerra Mundial (y la ola misógina posterior) en una «liberación» del placer… genital. Y, con la aparición de la píldora anticonceptiva, pareció posible coitocentrar todo mucho más, ahora sin riesgo de embarazo. No olvidemos que, antes de los años 60, las relaciones sexuales solo se podían dar o bien en el matrimonio o bien en espacios ilegales o alegales (homosexualidad como delito, recurrir a la prostitución…). Después de los años 60 se desligó las relaciones sexuales del matrimonio. El problema de ese «sexo liberado», esas relaciones sexuales que no necesitaban el matrimonio… es que heredaron muchos líos derivados del modelo matrimonial dónde se habían creado. De seguir creyendo que hay un «instinto sexual», de seguir creyendo que los ritmos los marca la eyaculación, que lo importante es juntar los genitales, que si no hay erecciones o lubricación no se desean, que si es lo «suficientemente hombre» le tiene que apetecer algo concreto, que si es lo «suficientemente mujer» no deberían gustarle otras cosas, que tienen algo que ver con el amor, asunto enredado con el matrimonio (en lugar de con el deseo mutuo de una intimidad compartida).
C0mo decía yo en Pikara…
Al mismo tiempo, el tsunami neoliberal y conservador nos ha hecho interiorizar la idea de que lo que nos pasa en nuestra vida es solo nuestra responsabilidad. Que si no conseguimos tener una vida sexual satisfactoria es algo que debemos solucionar, como si estuviese en nuestra mano tener más tiempo, tener menos trabajo, tener menos estrés, buscar nuestra propia educación sexual, resolver todas nuestras dudas… La idea de que todo el mundo tiene que ser perfecto al llegar a la cama y no importarle demasiado lo que suceda, que no haya demasiado drama, supone llegar a la cama con todas las prevenciones puestas… antes de elegir una pareja en la que depositamos todas nuestras expectativas.
Y así, década tras década, nos encontramos sin saber muy bien cómo resolver las complicaciones normales de todo el mundo… Seguimos creyendo que las complicaciones con las erecciones o para llegar al orgasmo de una manera concreta son extraordinariamente raras. Parece increíble que hayamos pasado por el «siglo del sexo» y que cientos de preguntas, a las que ya se les ha dado respuesta, se hayan mantenido igual de opacas un siglo más tarde, quizá gracias a una nula educación sexual y a la omnipresencia y peso simbólico de un único modelo de “sexualidad”.
Con esa «sexualidad» sin resolver, sin haber llegado a entenderla del todo cuando se mezcla con el modelo matrimonial (sea con boda o sin ella, sea llamándose novios, parejos, amantes, lo que sea) se va viendo que quizá es mejor de lado las relaciones sexuales con otras personas, porque no terminan de ser un campo lleno de problemas y malentendidos ¿Qué hacemos cuándo no hay orgasmos?¿Qué hacemos cuándo no hay erecciones?¿Qué hacemos cuándo nos damos pereza mutuamente?¿Qué hacemos cuando no sabemos por qué ya no follamos?¿Qué hacemos cuándo no sabemos por qué no nos apetece? Mil preguntas que se han quedado sin resolver y que seguimos creyendo que se deben a que algo se nos ha estropeado. Se nos ha roto el sexo de tanto usarlo. Así que, en todo caso, mejor recurrir a los genitales sólo cuando estamos a solas. El sexo, lo sexual, engaña. Parece que hablamos de genitales. El problema lo hemos encontrado en la complicada convivencia entre genitales y nuestras relaciones. Entre nuestras dudas y las dinámicas de esas dudas, esos silencios, cuando se dan en una relación. *
LA RESACA EMOCIONAL
Del mismo modo que se «liberaron» nuestras relaciones sexuales, se liberaron nuestras relaciones de pareja. Durante siglos habían sido para toda la vida si eras heterosexual o algo ilegal o prohibido si no eras heterosexual. El único modelo reconocido, admirado, celebrado, era el modelo matrimonial: comprometerse para toda la vida, fuera al principio como sentido común para aumentar la fortuna material sin dejarse cegar por las «bajas pasiones», fuera después como un compromiso por amor eterno, imperecedero, hasta que la muerte nos separe.
Con la suma de divorcio del 81, del divorcio de mutuo acuerdo en 2005 y el cambio radical que supuso (la gráfica, al final), con los medios anticonceptivos y las aplicaciones como Tinder y similares, nos hemos encontrado con un salto inmenso**: Podemos tener a un lado a nuestra pareja y al otro lado, el móvil con cientos o miles de personas con las que probar suerte en otra relación.
Imaginemos esa situación si somos madres o padres: a un lado mi criatura, al otro lado mi móvil donde puedo elegir infinitas criaturas con las que a lo mejor puedo tener una crianza más pacífica, una relación más satisfactoria. Imaginemos la situación en una celebración familiar: a un lado tu familia, al otro el móvil con la posibilidad de cientos de familias que te pueden elegir para darte un lugar donde vivir, una red de apoyo, medios para que estudies…
Necesitábamos salir de la losa matrimonial… sobre todo si durante siglos se ha utilizado como herramienta para la esclavitud femenina, algo que denunciaba el protoanarquismo a finales del siglo XVIII y Mary Wollstonecraft en 1978 en su novela. Y todas las versiones adaptadas de ese modelo matrimonial, en forma de parejas heterosexuales muy descompensadas, vigiladas socialmente, educadas desde la infancia, con una cultura romántica diseñada con ese fin, justificadas con la naturaleza cuando interesa… Pero una ventaja que tenían las relaciones de pareja a largo plazo es que también permitían crear vínculos profundos similares a los que se crean con familiares (con quienes nos llevamos bien, con quienes han sido muy importantes en nuestra vida).
El problema es que en el siglo XXI intentamos seguir creando esos vínculos profundos, que cambian nuestra forma de ser, que son muy muy muy relevantes y que nos son im-pres-cin-di-bles como seres humanos… al mismo tiempo que queremos mantener la independencia de poder romper esos vínculos en cualquier momento.
Y eso nos lleva a la complicada situación en que estamos deseando sentir calma, seguridad, tranquilidad, cobijo, apoyo incondicional… en la incertidumbre absoluta. Y como queremos mantener esa independencia en las relaciones de pareja, las eliminamos de la ecuación. Buscamos esa calma en la familia o las amistades. El problema es que, a medida que nos vamos vinculando más profundamente en esa relación «de pareja» (sea monógama o no, sea con boda o sin ella, hetero, homo o como sea… pero con cierta similitud con aquel modelo matrimonial), vamos sintiendo que nos gustaría que esa calma, seguridad, tranquilidad, cobijo, apoyo incondicional vinieran también de esa persona de la que nos podemos separar dentro de una hora, esta tarde, antes de que se haga de noche, en la próxima bronca.
La cosa empeora en un paradigma monógamo en que no hay manera de compatibilizar más de una relación, con lo que esa ruptura con alguien supone, además, tener que desaparecer de la vida de alguien, sin ninguna posibilidad de buscar alternativas. En ese paradigma monógamo eres la persona más importante del mundo por la mañana y pasas a no ser nadie por la tarde. Lo supuestamente a largo plazo de hoy puede desaparecer en un minuto mañana.
Y esas rupturas, una tras otra, esa expectativa de creación de un vínculo profundo y duradero, similar al familiar o a las amistades de toda la vida que se ve rota una y otra vez… solo es posible soportarla con un blindaje emocional a prueba de bombas (muy al estilo anglosajón de «demostrar» que no es para tanto esa ruptura, que sabes reponerte, que sabes crecer personalmente, que has sabido marcar tus límites, que ya no era alguien a tu altura) o dejando de lado esas relaciones «de pareja», esa vinculación profunda con alguien a quién no te une nada más que una atracción mutua.
Y, si no se sabe construir nada más sobre esa atracción mutua, si no se sabe cómo construir confianza y una vinculación duradera sobre esa atracción, es lógico renunciar a esas relaciones que se apagarán cuando desaparezca esa atracción que nos han dicho que es instintiva. Y, si se cree que es un instinto, probablemente no se pueda aprender. Y aún si se aprende… tenemos una oferta infinita en la palma de la mano, en el móvil.
Y si ese intento por hacer más duradera la relación se puede esfumar en un minuto, con el inevitable dolor de la ruptura… no es raro que también dejemos de lado las relaciones…
Y así vemos que, los genitales, mejor en privado, a solas. Y las relaciones… sanas, fáciles, cómodas y prescindibles. Pudiendo cancelar tu suscripción en cualquier momento sin que nadie te escriba preguntando demasiado insistentemente por qué ya no quieres seguir con tu suscripción a otra persona, si no te gustaba el servicio, qué mejorarías… cuando no sabemos ni por qué no ha funcionado.
Seguimos sin haber entendido «el sexo»… sin que haya desaparecido el modelo del «instinto animal» y sin haber puesto en su lugar lo que es el sexo entre seres humanos. Seguimos intentando manejarnos en las relaciones… sin que haya desaparecido el modelo matrimonial y sin haber puesto en su lugar el conocimiento de lo que sucede realmente (que pocas veces es lógico, que es a menudo paradójico) en todas las vinculaciones profundas.
*La solución, por si alguien busca una, y rápida (sin esperar durante generaciones), está en la educación sexual. No la educación genital. SEXUAL. De TODAS las dimensiones de tu sexualidad. Y eso es mucho más que tus genitales, que tu cuerpo.
Fuente del gráfico: EL PAIS
** En ese salto no me quiero extender infinitamente, pero influyen los fenómenos que han ido contando Illouz y el fin del amor, Bauman y el amor líquido, el matrimonio Beck y El normal caos del amor y otras muchísimas reflexiones desde el feminismo.