La trampa de la libertad en las relaciones no monógamas
5 marzo, 2018 a las 13:03/ por moscacojoneraHay dos fenómenos que me encuentro a veces en consulta, talleres, historias ajenas que me cuentan… que van de la mano en las relaciones no exclusivas que se basan en la libertad: La libertad dolorosa y la bondad dolorosa. Es decir, la situación paradógica de ser libre y sufrir sin saber muy bien por qué. Y la otra, que es la otra cara de la misma moneda, la buena voluntad que termina siendo un problema. Preguntarle a tus parejas qué es lo que quieren a veces puede tener unas consecuencias que nadie había previsto…
El problema de las relaciones basadas en la libertad se da (entre otras situaciones) cuando nuestra pareja nos pregunta si nos parece bien que quede con una tercera persona. Si le decimos que no nos parece bien, sentiremos que estamos «cortando su libertad, y esto lo hacemos para sentirnos libres en nuestras relaciones». Y la cuestión es que a esto nadie llega con todo aprendido, con lo que puedes sentir que algo te hace sentir mal, pero no eres capaz de identificarlo… así que, como no sabes qué es concreto, le dices que no hay problema que esté con esa tercera persona. La cuestión es que, si hemos dicho que nos parece bien, eso nos complica la posibilidad de quejarnos: «Bueno, yo fui a su casa porque me dijiste que te parecía bien».
(edit) Es decir, una situación en la que es fácil culpabilizar y culpabilizarse.
Ahí está la segunda paradoja: El inconveniente de pedir permiso, de consensuar, de llegar a un acuerdo. Lo que parece una buena idea, no lo es, según y cómo se esté llegando a ese acuerdo. (edit) Por ejemplo, en una situación a tres, en la que una persona (vértice o bisagra) tiene dos relaciones simultáneas con dos personas que no se comunican entre sí, puede hacer las cosas muy complicadas aún con la mejor intención. Imaginemos que tenemos una relación simultánea con A y B. Le preguntamos a A si le parece bien que nos vayamos a casa de B el sábado por la noche y nos dice que sí. Hablamos con B y B nos dice que mejor el viernes, porque el sábado ya había quedado. Así que hablamos con A y le preguntamos si le parece bien el viernes, porque B no puede el sábado. A contesta que el viernes le parece bien que B y tú estéis hasta tarde pero que le gustaría que estuvieses en su casa, la de A, a primera hora de la mañana. Así que vas a B a preguntarle… y así sucesivamente. A menudo es fácil creer, tanto quien lo ve desde fuera como la misma persona, que quien tiene que ir entre A y B es una persona encantadora por estar consensuando con A y B qué prefieren.
Pero en la evolución de esa relación pueden acabar sucediendo varias cosas:
1. Que A y B se acaben hartando, que terminen sintiendo un cabreo considerable o al menos, una profunda incomodidad en esa relación porque, si A y B no hablan entre sí, nunca pueden negociar nada directamente, sino que siempre han de quedarse a la espera de que llegue su pareja para decirle qué decidió la otra persona y poder decidir algo: La decisión siempre está fuera.
2. Es fácil que, por agradar (no maquiavélicamente), la persona que tiene una relación simultánea con A y B puede estar diciendo a A lo que quiere oír y a B lo que quiere oír… aunque sean cosas incompatibles en este momento, pero para las que la persona-vértice, intermedia A y B, esté esperando a que evolucione y se llegue a un acuerdo en un futuro más o menos cercano… que a veces se convierte en lejano o simplemente, imposible.
3. En esas situaciones de «vértice complaciente» en ocasiones se está dando una situación que no es tán fácil de detectar: Esa persona vértice está consiguiendo evitar decirle a A o B algo que les desagradaría («preferiría no quedar estar semana», «querría que nos viésemos menos», «querría quedar más a menudo con la otra persona»). Es lógico que ese vértice se sienta mejor no enfrentándose a esos conflictos pero, precisamente, lo que está evitando (no siempre de manera consciente) es responsabilizarse de sus propios deseos, que tener ganas de ver más o menos veces a alguna de sus parejas. Y justifica con las decisiones ajenas los cambios que se dan en la relación.
La solución está en que esa persona en el vértice sea consciente de lo que está haciendo y asuma su responsabilidad. Algo que es muy fácil decirlo pero que resulta mucho más complicado de lo que parece hasta que esa persona se da cuenta de lo que está haciendo, consiguiendo estar en una situación más cómoda al no tomar decisiones que pueden provocar conflictos … pero más incómoda para el resto de miembros de la relación.
No es todo tan sencillo como consensuarlo y punto. Y eso sin haberle sumado las complicaciones derivadas de las situaciones desiguales por mil razones…
La única libertad es cuando la persona no está en una relación #amadominacom