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Lecciones que aprendí como dominatrix: Diez cosas que no existen (1)

1 septiembre, 2015 a las 11:00/ por

Artículo de Mitsu Mark para The Rumpus el 7 de agosto de 2014. Fuente original: Lessons I Learned as a Dominatrix: 10 Things That Don’t Exist. La segunda parte se puede leer aquí.

 

Lecciones que aprendí como dominatrix: Diez cosas que no existen

Desde 2002 a 2008, trabajé como dominatrix profesional en tres mazmorras en la ciudad de Nueva York. Todavía era una adolescente cuando empecé. Alguna de las cosas que aprendí —y también algunas de las que tuve que des-aprender— como dominatrix, han resultado útiles para otros trabajos, y otras facetas de mi vida. Se dice que puedes sacar a una chica de una mazmorra, pero no puedes sacar la mazmorra de la chica. Las siguientes son algunas lecciones de las que estoy contenta de haberlas aprendido.

 

 

No existen…:

1. Intimidad sin vulnerabilidad

De vez en cuando aparece un cliente que llega a su primera sesión con la expectativa de tener la fantástica experiencia con la que siempre ha soñado pero que termina decepcionado por algo que no depende de mi control: Las paredes no se mueven. Él tenía una fantasía muy concreta, pero no era capaz de comunicar cuál era de forma concreta. No abandonó la incomodidad inicial para dejar que la sesión sucediera, ni mucho menos me dejó echar una buena mirada en su mundo interior para tenerlo bajo mi control durante una hora. Verbalizando su verdad —cómo se sentía realmente, qué quería de verdad— se enfrenta al riesgo del rechazo, o quizá algo peor, que se rían de él. Para algunas personas, eso es un riesgo demasiado terrible.

Este tipo de interacción se da todo el rato, en cualquier relación. Alguna vez tengo la culpa de esperar que la gente con quien me relaciono sea capaz de adivinar lo que pienso. Si pudiesen hacer eso, tendría lo máximo: La intimidad que ansío sin el riesgo de ser malentendida o rechazada. Por desgracia, no he encontrado a nadie que sea capaz de hacer eso. Para que la gente pueda entrar, tengo que bajar la guardia. Si no, seguiré estando sola.

 

 

2. Una definición exacta del sexo

Se supone que esa es la razón por la que las mazmorras pueden funcionar de manera legal en la ciudad de NY; es también la razón por la que de manera regular sufren redadas y se cierran por ley. Es un esfuerzo eterno desde los dos lados para concretar si lo que hacen las dóminas es prostitución o no.

Para echarse unas risas, todo lo que necesitas es preguntarle a abogadxs de NY qué es una conducta sexual. El bufete [criminal defense attorneys] de NY Crotty Saland PC lo define como «Conforme a su aplicación a delitos de prostitución, los juzgados parecen estar de acuerdo en que las «conductas sexuales orales», «conductas sexuales anales», «masturbación» y «cópula» caen dentro de esa definición… Aunque el análisis de estas situaciones consiste en actos específicos, cada caso es diferente y necesita del análisis de abogadxs penales con la suficiente preparación»

Las líneas que pueden delimitar el sexo son sólo válidas para la persona que las pone, y pueden cambiar según se desarrolla y evoluciona su sexualidad. Este punto es especialmente obvio cuando se habla de fetichismos poco comunes. Tenía clientes que se sentían una satisfacción sexual completa con cosas que la mayoría de la gente no consideraría sexual en absoluto. Para algunos que les quitasen un diente, pasar la fregona o ver a una chica mover los dedos de los pies mientras viste unos jeans por encima de unas medias son actividades altamente eróticas.

El sexo está en los ojos (o boca, o pies, o lo que sea) de quien mira.

 

 

3. Un único tipo de hombre sumiso.

A menudo casi llegué a confirmar el estereotipo del cliente de una mazmorra como un alto ejecutivo, dominante, sostén de su familia, que va a ver a una dominatrix porque es la única salida que tiene de su estrés diario como macho alfa. Estoy segura de que eso existe. Los exitosos hombres de negocios son una buena parte de la clientela de las mazmorras, pero probablemente eso sea el resultado de los precios que hay que pagar. De todos modos, nunca tuve un tipo de clientes que fuese muy diferente de la mayoría de población masculina neoyorquina (rara vez tuve clientas, que es otro asunto controvertido).

He visto hombres de una inmensa variedad de niveles de renta, nacionalidades, etnias, todo tipo de carreras profesionales, grupos sociales, tendencias políticas y religiones. Tuve clientes mayores (de acuerdo, la mayoría mayores, y algunos muy mayores) y clientes que parecía que habían ahorrado la paga para poder venir a verme (a esos les pedimos la documentación). Hubo algunos imbéciles; algunos eran un cielo. Algunos eran tímidos y otros hablaban con cada persona que se cruzaban al venir, durante toda la sesión conmigo y por teléfono y me pedían que los pasease por la calle en Manhattan vestidos con un tutú rosa. Algunos eran vírgenes; algunos casados y con criaturas. Algunos estaban fuera del armario y otros paranoicos por si les reconocían hasta el punto de llevar gafas de sol puestas durante la sesión; Bueno, un cliente hizo eso.

Los hombres que vi pasar por la mazmorra representaban todo tipo de vidas. De todas sus facetas, su único común denominador era la mazmorra.

 

 

 

4. Una mujer que no sea la fantasía ideal de alguien.

Tuve el extraño placer de contestar las llamadas en las tres casas en las que trabajé, dando citas con las dóminas. Normalmente, si quien llamaba no sabía a quién quería ver, yo le preguntaba si tenía preferencia por algún tipo concreto de mujer.

—»¿Físicamente?»
— «Físicamente o de cualquier otra cosa ¿Un cierto aspecto, una cierta manera de comportarse, un estilo quizá?»

Había hombres que querían mujeres amazona. Mujeres pequeñas. Rubias, amputadas, voluptuosas, rellenitas… La lista de peticiones era infinita. Con muchos tatuajes, sin ningún tatuaje, con pinta de putón, elegante, con aire de chico, que oliese mal, con pelo largo, uñas largas, cabeza afeitada, con aspecto gótico, negras, blancas, brasileñas, mayores, «con una coleta lateral de los años 80» (literal), de belleza femenina clásica, musculosa, con mucho pecho, con el pecho plano, estricta, malcriada, la chica de la puerta de al lado. Había un nicho de mercado para cualquier mujer. Parte de mi trabajo como manager en Rapture era guiar a las nuevas dóminas para que encontrasen y desarrollasen su propio sex appeal.

La mayoría de las mujeres piensan que tienen que amoldarse a una idea muy limitada de lo que creen que los hombres quieren. Lo que tenía que recordarles una y otra vez era que el sex appeal no sale de cortarse por el mismo molde. Tiene que partir de algo único, algo que ya tuviesen. Una vez aceptaban lo que era más destacable en ellas, nunca era complicado que se convirtiese en una fantasía realmente excitante.

 

 

5. Una explicación clara causa-efecto de los matices de la psicología humana.

A la gente le gusta inventarse teorías que expliquen sus experiencias, incluso si lo hacen ignorando importantes partes de la información. Como dijo Dan Savage una vez en su podcast, alrededor de la mitad de la gente que le excita el spanking dirán «me azotaban cuando era una criatura, por eso me excita ahora que me azoten». La otra mitad dice «Nunca me azotaron cuando era una criatura, así que, inconscientemente, siempre he deseado que me prestasen ese tipo de atención y por eso ahora me excita el spanking». La sexualidad se manifiesta de muchísimas maneras, probablemente hay tantas como personalidades.  Mi teoría es que para algunas personas, determinados momentos disparan fetichismos específicos. Para la mayoría, de todos modos, es más complicado que eso.

 

[La segunda parte se puede leer aquí.]

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Imagen principal: La autora, Mitsu Mark, foto de su blog mitsufetish.tumblr.com

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