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Los problemas de la orientación

19 septiembre, 2018 a las 9:10/ por

Orientación nos hace pensar en tendencia, en dirección, en una brújula que nos dice si vamos hacia Oriente o hacia Occidente, que nos indica dónde está el sol. La idea de orientación tiene pocas consecuencias si la aplicamos a algo físico, como la dirección en la que vamos caminando o como se aplicaba originalmente, a una casa, que podía estar bien orientada o no.

El problema es que se terminó aplicando a las personas. Aplicarlo a un objeto no tiene muchas consecuencias, porque los objetos no cambian de orientación por sí mismos. Pero las personas cambiamos en cada momento, cada semana, cada año, en cada época de nuestra vida. Y además, la orientación, en lo que sea, no la hacemos de forma disyuntiva. Una casa sólo puede estar orientada al Norte o al Sur, al Este o al Oeste, pero no puede estar orientada hacia dos puntos a la vez.

Fruto de ese concepto, y de la búsqueda histórica de las causas de la enfermedad de la homosexualidad (para curarla y perseguirla), se trasladó a la orientación hacia lo masculino o lo femenino. En la construcción de ese concepto no ayudó mucho cómo Freud y el psicoanálisis entienden los deseos humanos: Como algo oculto, algo que hay que interpretar, algo que tú no entiendes pero espera que viene alguien erigido en autoridad que te lo va a explicar. Frente a eso se podía pensar que quizá tú eres lo suficientemente capaz de saber si te gusta una cosa u otra, si decides hacer una cosa u otra. Pero no. Siempre existe esa idea de que, si indagamos un poco más, podemos saber, DE VERDAD, qué quieres.

 

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Así sucede con la atracción hacia lo masculino y lo femenino de Kinsey. Cuanto más te atrae lo masculino, menos te atrae lo femenino. Homosexual o heterosexual. Y si en esa escala te quedas en medio, te atraen los dos. No te atrae el Norte ni el Sur, sino el Este, justo a medio camino entre un punto cardinal y otro. Es lo que denuncia el activismo como «monosexismo», es decir, la creencia de que sólo nos atrae uno de esos polos y todas las suposiciones que eso conlleva, toda la presión, marginación y demás que se sufre en un montón de espacios y colectivos al ver a esas personas como «traidoras», como «en una fase», como «indecisas», como «durmiendo con el enemigo». Las consecuencias de entenderlo como orientación son muy serias…

Si se deja el concepto de orientación de lado, quizá podemos imaginar la atracción hacia lo masculino o lo femenino de una forma mucho más humana, más orgánica, más cercana a los deseos:  Puede atraerte muchísimo lo femenino, Y TAMBIÉN, AL MISMO TIEMPO, mucho lo masculino, pero un poco menos. O puede atraerte lo femenino, Y AL MISMO TIEMPO, poco lo masculino. O no atraerte demasiado ni lo uno ni lo otro. Lo que ganamos al dejar de lado el concepto de orientación es poder pensar en la atracción como algo más complejo, más rico, con más matices. Y así podemos pensar en cómo nos atrae lo masculino y lo femenino y sus combinaciones, de formas mucho más matizadas. No hay que elegir. Eso era imprescindible para enviar a alguien a la cárcel, para saber si lo suyo era delito o si era patológico, si era una enfermedad.

Lo mismo sucede con el pensamiento monógamo. Lo mismo sucede con esa pregunta eterna cuando se tienen dos parejas simultáneas. Un interrogatorio que ha pasado mucha gente que tiene dos o más parejas.

«Ya, tienes dos. Pero si tuvieras que elegir ¿con quién te quedabas?.
Con nadie, con las dos relaciones, son diferentes.
¡Ya! Pero imagínate que tienes que estás en una casa que se incendia ¿a cuál de las dos salvarías? O irte a una isla desierta. Es imposible que quieras a las dos ¿EN EL FONDO, no hay nadie a quién prefieras?

 

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Y así, con esas preguntas tan habituales, se sigue pensando en esa idea de la orientación, de si, EN EL FONDO, quieres estar con una persona o con otra. O si te orientas a la monogamia o no. En lugar de entender que son elecciones que tomamos según nuestras circunstancias económicas y sociales, según nuestro ambiente cultural, según el concepto de identidad de los grupos de los que somos parte, nos influye la moda, la presión de grupo…

Esa idea de orientación, aplicada a lo que sea, tiene otras complicaciones añadidas, sobre todo si lo hacemos parte de nuestra identidad, de lo que somos. Y con eso, nos enredamos en entender que somos del Barcelona o del Real Madrid, del PSOE o del PP, de Ciudadanos o de Podemos, pro-monarquía o pro-república. Y a veces, quien no tenía ningún interés en elegir bando, se encuentra con la presión externa de tener que decidir de qué lado está, de tener que admitir hacia dónde se orientan sus deseos, normalmente, bajo la presión de una tercera persona que hace «admitir» que, EN REALIDAD, te gusta una cosa más que otra. La realidad, afortunadamente, es más compleja, como nuestros deseos.

1 Comentario a “Los problemas de la orientación”

  1. Completamente de acuerdo con lo que dices. Pero entonces habría que descartar la idea de que la homosexualidad es innata y determinada genéticamente, a pesar de que esa es la idea políticamente correcta en la comunidad LGTB. Porque si, como dices, no hay orientación sexual sino un espacio multidimensional de deseo, es difícil ver cómo esos deseos pueden ser determinados por los genes. Yo creo que lo más probable es que el deseo sexual se forme a través de una serie de experiencias durante la niñez y la adolescencia y se cristalice al entrar en la edad adulta.

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