«Me encaminó a la puerta de Betty» (sobre los abusos sexuales a menores)
11 diciembre, 2014 a las 11:00/ por moscacojoneraEsta es la historia de la infancia de Carlin Ross* que al final ha contado por petición de quienes le escriben para que hablase de abusos sexuales. No ha sido hasta ahora que Carlin ha sentido que era el momento de contarlo. Ahora que es capaz de convertirlo en algo positivo, en una experiencia a partir de la cual puede ayudar a otras mujeres a superar las etiquetas, las imágenes con las que las han llamado y han llegado a identificarse, han llegado a sólo verse a través de los ojos de quienes las miran.
*Este es el árbol genealógico para saber quién es: Dossie y Janet iban a fiestas sexuales en casa de Betty Dodson (esta es ella en un documental sobre la masturbación), la mujer con la que ahora colabora Carlin Ross, su actual socia.
Este es el artículo completo. El original se puede encontrar en la web de Dodson y Ross:
«Durante los últimos ocho años, hemos recibido numerosas peticiones para tratar aquí, en D&R, el tema de los abusos sexuales.
La postura de Betty es que nadie se ha librado de abusos por parte de la cultura con una ausencia de educación sexual y la obvia desinformación impuesta a adolescentes. Comprendo por qué ella prefiere apartarse a un lado del tema y se concentra en el placer: Ella quiere crear una experiencia positiva en la que celebremos la sexualidad humanda. Ella está harta de quienes siembran el miedo y de que chica jóvenes se les eduque para ser complacientes y víctimas. Betty quiere que seamos guerreras. Lo entiendo.
Pero mientras estaba gestionando los comentarios esta semana, encontré otra petición para que hablásemos de abusos sexuales. Todo lo que escribimos en D&R está escrito en primera persona. No queremos decirte qué elecciones has de tomar. Sólo queremos compartir nuestras experiencias personales y dejar que iluminen tu camino. Quizá es porque estoy embarazada que me siento más con los pies en la tierra que nunca que ahora siento que al fin estoy preparada para compartir mi propia experiencia.
Mi padre se automedicaba para su depresión con alcohol. Uno de mis recuerdos más tempranos es estar jugando con uno de los coches en miniatura de mi hermano en los caminos de los pantalones de pana de mi padre, tumbado en el suelo inconsciente. Mi madre hizo lo que pensó que era lo mejor: Se llevó a mi padre a la iglesia y se «salvaron». El dejó de beber pero cambió una adicción por otra.
La iglesia se convirtió en el centro de mi familia. Mis padres eran extremadamente activos cediendo espacio en nuestra casa para las reuniones semanales de diáconos y mayores, y la misa del domingo era algo que duraba todo el día. Nos sentamos al fondo y nos pasamos la mayor parte del tiempo rodeados de personas desconocidas buscando redención. Siendo joven, vi las manifestaciones físicas de la represión sexual. Las mujeres eran el segundo sexo. Las criaturas estaban sexualizadas. Nuestra conducta y vestimenta eran dictados por los ministros de la iglesia. Cualquier pequeña infracción era castigada.
Cuando llegué a la pubertad, algunos miembros de la iglesia comenzaron a llamarme «Jezebel». Ahí estaba yo, una virgen siendo elegida como la prostituta más prostituta de la Biblia. Era una niña atractiva y eso era suficiente. De muchas maneras me puedo identificar con las niñas forzadas a vestir burkas, demonizadas por inspirar lujuria. No entendía en absoluto qué había cambiado, por qué la gente que me había visto crecer ahora me despreciaba. Todavía era una niña intentando entender los cambios de mi cuerpo. Todo lo que sé es que me hizo sentir sucia.
No pasó mucho tiempo hasta que hubo roces casuales con mis pechos y las risitas cuando me agachaba para recoger algo. Al final, uno de los miembros de la iglesia de mi padre concentró en mi toda su frustración sexual acumulada. Estaba casado y era el padre de mi mejor amiga, lo que intensificó la traición. Tengo que decir que la parte física no me dolió tanto como el abuso emocional. Me hizo su novia prometiéndome que huiríamos cuando yo cumpliese 18. No estaba preparada para esquivar a un hombre mayor. Todo lo que sabía era que los hombres no eran cuestionados, cuando pecaban era culpa de la mujer.
La supremacía de los hombres y el estigma de la puta son una combinación letal para las chicas jóvenes. Elisabeth Smar —la joven chica raptada de su dormitorio y retenida como esclava sexual— admitió que ella no se escapó porque recordaba a su profesor diciendo que si tenías sexo antes del matrimonio te convertías en algo usado que nadie querría. Al final se lo conté a mis padres entregándoles, como prueba, una caja llena de cartas de amor que él me había escrito. Mi padre se enfrentó a él, él lo negó y a mi me etiquetaron como una puta… específicamente como una puta «mentirosa».
Ese prisma de la puta tiñó todo en mi juventud. No había manera de escapar. Estaba aislada, era ridiculizada y culpada. Fue una ejecución por honor virtual y la familia al completo participó. Me pasé muchos años consumida por el oido, con la cabeza llena de ideas de venganza. Y respecto a mi sexualidad, decidí que sería la persona agresora. A eso estoy agradecida; no me protegí ganando peso o teniendo un embarazo adolescente. Decidí enfrentarme a mis miedos y lanzarme inmediatamente. Si iba a perderlo todo por ser una puta, lo mejor que podía hacer era disfrutarlo.
Hubo enfrentamientos encendidos en mi familia, temporadas de años en que no hablamos normalmente. La terapia sentí que hizo las cosas peores porque no dejaba de revivir el pasado. Las lágrimas no ayudaban. La ira no valía para nada. Pasó el tiempo y me creé una nueva vida para mí misma. Coseché muchos logros…, superé todo tipo de retos… viví lo equivalente a la vida de diez personas pero seguía sin alcanzar el equilibro. Siempre estaba ese sentimiento subyacente de vergüenza del que no podía librarme. Era como si tuviese la palabra «víctima» tatuada en la frente y no hubiese manera de borrarla.
Me di cuenta de que nunca sería capaz entender el pasado. No había ninguna manera de darle carpetazo. Lo que tenía que hacer era crearme una nueva identidad. Yo no tenía que ser definida por lo que un pedófilo imbécil me hizo. No tenía que asumir el sobrenombre de «víctima». Podía elegir. Esa fue la revelación que me puso en el camino hacia la felicidad y la satisfacción sexual.
Quería desesperadamente ser una abogada exitosa, superficial, pero mi vida no dejaba de llevarme siempre de vuelta al sexo. Y sabía que trabajar con mujeres iba a ser mi futuro. Crear un espacio para que las mujeres aprendan a quererse —teniendo la oportunidad de pasar la mayoría de mi tiempo con alguien con tanta sabiduría y generosidad como Betty— fue todo parte de la curación. Aprendí a dejar mi pasado atrás y crear nuevas experiencias positivas, crear nuevas relaciones en las que no era la «puta» o la «víctima». Y no tenía que compartir mi pasado con mis amantes. Reescribí mi guión.
Según sustitui los malos recuerdos por buenos, las ideas del pasado se fueron poco a poco. Dormí mejor. Tenía mejores orgasmos. Estuve mejor. Los talleres de bodysex fueron la curación final. Ayudar a otras mujeres a superar una imagen corporal negativa y ansiedad ante el placer me afianzó de una manera que casi no puedo describir. La sororidad es el centro de nuestro bienestar. Aprendí que la división entre las mujeres mina nuestro crecimiento personal. Es tan inteligente la manera en que la cultura y la iglesia nos hacen competir mutuamente… Saben que la sororidad es la manera en que nos conectamos con nuestro poder. Preferirían que estuviésemos dándole vueltas a la idea de ser puta que unirnos y masturbarnos teniendo orgasmos independientes.
Mirando atrás a mi vida, doy gracias a lo que tuve que superar. Me hizo más fuerte y más empática. Y me encaminó a la puerta de Betty Dodson. Si no hubiese experimentado de primera mano el manifiesto sometimiento y castigo de las mujeres, nunca habría entendido por qué la liberación sexual de la mujer es tan importante para el progreso de nuestra sociedad. Mientras las mujeres no tengamos una igualdad absoluta garantizada por ley, seguiremos detrás, llenas de odio y paralizadas por el miedo.
No tienes que ser definida por cómo otras personas te perciben, como otras personas te tratan. Todas las heridas se curan. Las cicatrices se mantienen como recordatorio de nuestra fuerza. Si he sido capaz de dejar atrás mi pasado y crear una nueva vida para mí misma, tú también puedes. Era más poderosa de lo que crees. Todo es posible.»
Guau. Admiro muchísimo la labor que hace este par de mujeres (especialmente Dodson, en la que está basado todo mi proyecto final de Máster de Sexología y Género: Mis talleres de relajación por Autoplacer) y no tenía ni idea de esta parte del pasado de Carlin Ross… creo que ahora la admiro más si cabe.
Como siempre, gracias por compartir toda esta información y permitir que tdxs crezcamos contigo :-)
Gracias a ti por lo que me dices :-***