El sexo tiene mala reputación en nuestra cultura incapaz de disfrutar, cuyas raices puritanas han llevado a una profunda desconfianza hacia el placer por sí mismo. Esa desconfianza a menudo se expresa como en preocupaciones como las mostradas por nuestra ficticia persona de la calle. Si no existiesen las enfermedades de transmisión sexual, si nadie tuviese un embarazo a no ser que lo desease, si todo el sexo fuese consentido y placentero ¿cómo se sentiría el mundo sobre eso?¿Cómo te sentirías tú?

Si miras profundo en tu interior, apostamos a que puedes encontrar restos de negativismo hacia el sexo, a menudo escondiendo palabras críticas como «promiscuidad», «hedonista», «decadente» e «improductivo». (Nosotras dos somos tan golfas como tú puedes llegar a serlo, y desde luego no somos inmunes a este tipo de herencia cultural).

Incluso personas que se consideran a si mismas positivas hacia el sexo y liberadas sexualmente caen a menudo en una trampa distinta: la trampa de racionalizar el sexo. Liberar tensión física, aliviar síntomas menstruales, mantener la salud mental, prevenir problemas de próstata, hacer niñxs, fortalecer relaciones y cosas similares son unos objetivos admirables y unas maravillosas ventajas añadidas. Pero no son para lo que sirve el sexo. El sexo es para disfrutar, un objetivo completo y que vale la pena por sí mismo. Las personas tienen sexo porque es muy agradable, y porque después se sienten muy bien sobre sí mismas. El valor del placer es uno de los valores centrales de la ética de lxs golfxs.

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