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Así es ser una joven mujer sexóloga en España

21 marzo, 2017 a las 9:00/ por

Esto es lo que contaba en Facebook el domingo pasado una amiga sexóloga. Este es el panorama que se encuentra cada día más a menudo. Y eso que se mueve en el ambiente institucional, universidades e institutos públicos… Este es el panorama en el siglo XXI, en el que la educación sexual avanza retrocede a pasos agigantados, prefiriendo que sólo exista el miedo (a los embarazos o a las infecciones) y queriendo limitar la educación sexual a la que (no) le den sus padres. Confundiendo lo que pone la biblia (Adán y Eva) o lo que se dice en la sobremesa del domingo con lo que dice la biología (que es bastante más complejo y explica que hay más opciones que «hombre» y «mujer» como te las estás imaginando). Esta es la Era Trump. El discurso del odio, de las mentiras llamadas «alt facts», «otra versión de los hechos». Todo vale, usted piensa una cosa, pues yo pienso otra. Usted piensa que la Tierra es redonda, pues a mí me parece plana, hagamos un debate.

Las cosas tan complicadas asustan y la Historia nos cuenta que a veces terminan muy mal. Pero son precisamente las complicaciones las que nos animan a quienes estamos en el activismo, sea esta amiga, sea yo, sean los miles y miles de personas que ponemos nuestro granito de arena todos los días para que las cosas vayan en otra dirección:

 

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«Tras levantarnos hoy con esta bonita aportación al mundo por parte del ABC, y en medio de un escenario en que seguimos deslegitimadas y criminalizadas por quejarnos y denunciar lo que vivimos, vemos, sentimos y experimentamos por el simple hecho de ser mujeres, me gustaría compartir, como una voz más de un clamor popular que cada día tiene más fuerza, lo que significa ser una mujer, joven y cuyo campo de trabajo y estudio es la sexología.

En los últimos meses he vivido diferentes situaciones extrañas y violentas por mi condición y mi profesión: desde que un profesor en una reunión de claustro en la que se tratarían cuestiones estrictamente profesionales se dirigiera a mi como «esa guapa jovencita», hasta que un anónimo llamara por teléfono una y otra vez al decano de la facultad en la que trabajo para exigir que se me abriera un expediente por «incitar al alumnado a la pornografía». Pero esto no se termina:

La semana pasada acudí a hacer parte de mi trabajo a un instituto de la ciudad. El trabajo que iba a realizar consiste en explicar un servicio municipal al que pueden tener acceso las personas jóvenes de la ciudad de manera totalmente gratuita, anónima y, por supuesto, profesional. En esta propuesta participan todos (o más bien la mayoría, ya que siempre hay extrañas excepciones que una no llega a comprender) los centros públicos de educación secundaria e incluso varios centros concertados.

La situación que me gustaría compartir ocurrió en un aula de 1º de la ESO. Tras entrar en el aula con complicaciones debido a que el profesor opuso ciertas resistencias (a pesar de que estaba informado ya que es la dirección del centro la que aprueba la actividad), me presenta a su grupo de, repito, 1º de la ESO, como «esta señorita ilustrada». Señorita ilustrada, eufemismo de «cortesana resabida» y de muchas más cosas en las que no me voy a detener. Bonita manera de recibirme en un espacio educativo.

Empiezo a hablar. El profesor me hace burla por la espalda mientras estoy mirando a los chicos y las chicas de la clase. Le veo por el rabillo del ojo. Ellxs se empiezan a reir. Me doy la vuelta y el profesor se está riendo también. Educación y apertura al entorno. Convivencia. Buenos tratos.

Hago como puedo la actividad, poco a poco y tratando de explicar de la mejor manera posible todo lo requerido a pesar de lo hostil e incomodo del entorno. Llega el momento de preguntar «si hay alguna duda». Una chica me pregunta qué es un cunilingus. El profesor alza la voz y le dice que se calle la boca, seguido de un «vete a preguntarle eso a tu padre». No puedo ocultar mi cara de FLIPAR, trato de tranquilizarme y le digo como puedo que voy a responder a todo lo que necesite el alumnado, que ese es mi trabajo. Empieza a decir cosas por lo bajo mientras le explico a la chica lo que es el cunnilingus. No escucho lo que dice, pero trata de poner su voz por encima de mi discurso.

Antes de irme lanzo un mensaje al grupo: «que nadie nunca limite lo que queréis preguntar, saber y conocer». El profesor me dice que si ya termine, que me vaya. Salgo por la puerta.

Y sí, esto es una excepción. Llevo años trabajando con profesorado de todo tipo, gente con ideologías y pensamientos diversos. Es la primera vez que vivo una situación tan violenta en un aula, pero no es la primera vez que no me dejan entrar a una clase, que se ríen mientras estoy hablando, o que me tratan con condescendencia y faltas de respeto. Y tampoco es la primera vez que veo que alguien trata de limitar las preguntas del alumnado.

¿Esto no es violencia? ¿Esto no es un motivo más para denunciar la manera en que muchas mujeres vemos nuestra labor menospreciada? Yo, por mi rol profesional y mi propia situación personal, estoy en una situación de privilegio, y es precisamente desde esa situación desde la que puedo decir esto, contarlo, escribirlo y denunciarlo. Muchas tienen que callárselo, asentir y tragarse su orgullo.

Luchar también es educar. Y esta humilde aportación a una lucha global, en la que no soy más que una pequeñísima pieza del engranaje que mueve y cambia, es mi manera de acercarme a quienes todos los días son asesinadas, agredidas y despedidas de sus puestos de trabajo.

¿IDEOLOGÍA DE GÉNERO?

Que no nos callen.»

 

Como recomendación de una amiga suya, y para quienes se encuentren en esta misma situación alguna vez, «lo mejor es ir a comunicárselo a la dirección del centro y también a inspección educativa. Este comportamiento de un funcionario público merece la apertura de un expediente disciplinario.«

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