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Camas separadas

2 septiembre, 2019 a las 9:00/ por

En una época en que ha desaparecido la obligación legal de follar el «débito conyugal» y se ve recomendable no prescindir de la autonomía personal en las relaciones románticas o de pareja (tan dadas al modelo fusional), es curioso que se vea como un problema que una pareja tenga dos camas en dos habitaciones separadas. 

No me refiero a dos camas en la misma habitación, sino dos camas separadas (dobles) en dos espacios separados.

Es curioso que cada vez que lo planteo, se deslice el debate a «dormir en camas separadas», como si tener dos coches hiciera obligatorio viajar por separado.

Es curioso que se diga que, si una pareja tuviera dos camas en lugar de una, domirían siempre por separado ¿No tendrían ganas de dormir con su pareja, no por obligación sino por deseo propio? Una decisión que partiría del deseo diario, de las ganas diarias de encontrarse.

No digo que mi opción personal (en casa, cada cual tiene su habitación y su propia cama doble) sea algo que se deba imitar. En absoluto. Pero sí es algo en lo que me fijo mucho, hablando con muchas personas en relaciones no convencionales. Y sí he visto a más personas que han tomado esa decisión.

Eso permite que cada cual tenga un espacio propio, a su aire, e incluso desde el romanticismo más fusional ¿no es buena idea dormir con alguien cada noche porque te apetece, y no porque no tienes otro remedio?

Cuando se da por hecho que se va a dormir en la misma cama, se convierte en un drama proponer cualquier alternativa, como si fuera una señal de que la relación ya no funciona. A eso nos han acostumbrado: a hacernos creer que follar más o menos sea el «termómetro» de la relación, en lugar de que ese termómetro lo sean las ganas mutuas* ¿Ganas de qué? Pues de estar con esa persona que te resulta tan relevante en tu vida, con esa persona con quien tienes una relación tan significativa*.

Esto no pretende «defender» que se duerma por separado, sino que cada cual, en cada momento de su vida, en sus circunstancias personales, decidirá qué desea hacer.

Dormir en la misma cama (se tenga una, se tengan dos) hace fácil «encontrarse», tener pequeños detalles que van sumando (o restando) poco a poco en las ganas que tenemos de esa persona.  En la confianza, en la intimidad. Así se hacen (o deshacen) esas ganas: por los pequeños detalles.

Pero del mismo modo que esa oportunidad de estar a solas en una habitación ayuda a encontrarse y sumar, también puede pasar que, cuando se convierte en obligación, reste en esas ganas. Y que cada cual , en lugar de tener una habitación separada, va haciendo sus propia habitación propia…en su cabeza. Dos en la misma cama, pero en dos espacios diferentes, cada cual con su móvil.

A quien le parezca que la propuesta es poco realista, por los pocos metros cuadrados en los que tenemos que vivir hoy día y los sueldos tan precarios. Recuerdo cuatro chicas que vivían en un piso de tres habitaciones, dos de ellas en pareja y prefirieron prescindir del salón para tener cuatro habitaciones. Es decir, quizá nos hacen más falta hoy día habitaciones propias que grandes salones para grandes ocasiones (como el protagonismo que tenían antes esos salones y esas grandes mesas familiares).

Igual que nos replanteamos las relaciones, quizá no es mala idea replantearse cómo organizamos nuestras casas. Eso no quiere decir que haya que tener relaciones no convencionales, pero salimos ganando si nos replanteamos las cosas en lugar de hacerlas sin pensar. Y lo mismo pasará con nuestros espacios privados.

 


 

*Comúnmente, en las relaciones de pareja se ha unido ese deseo mutuo con las relaciones sexuales y/o con el amor. La forma de entender ese vínculo que se crea con las personas más relevantes en nuestra vida depende de la cultura en la que crecemos, los conceptos que manejamos, nuestra forma de entender las relaciones…

 fuente imagen

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