El mito del amor (de cualquier tipo)
25 agosto, 2015 a las 11:00/ por moscacojoneraAsí como circulan los «mitos del amor romántico» listados por Carlos Yela (2003) con su nueva versión resumida en 2010 de Luengo y Rodriguez (y todos los cientos de versiones más), no circulan listas de las verdades que asumimos como ciertas de maneta implícita, tácita, sin especificarlo abiertamente, en cualquier relación de amor. Cualquier tipo de amor. No sólo las de pareja, para las que se aplicarían los mitos del amor romántico —sean heterosexuales, o las más convencionales sean homo, trans, etc— sino las que se establecen en otros tipos de relaciones, el amor en todas sus manifestaciones.
¿Tiene algún problema el amor? En absoluto. Pero sí, sin ningunda duda, puede haber consecuencias negativas cuando se colocan expectativas en la otra persona de manera no pactada y se tolera mal la frustración de que no se cumplan. Y eso sucede en el amor romántico, el familiar, las amistades… En el romántico, donde se aceptan esas expectativas de manera implícita (sin «leerse el contrato»): «Ah, yo pensaba que como estabas conmigo, habías dejado de masturbarte». «Ah, como estás conmigo, pensaba que te era suficiente y no te gustaba nadie más». «¿O sea que lo dejamos?¿He vivido en un engaño estos diez años?» y un inmenso etcétera. Pero también ese amor paterno/materno que coloca unas expectativas no habladas sobre su descendencia y que no tolera que se salgan del camino que se les ha prefijado para su futuro, y que tiene sus ejemplos máximos en padres o madres que acaban matando a su descendencia por esa razón, como la pobre Hildegart. «Hildegart intentó varias veces separarse de ella, a lo que su madre respondía con amenazas de suicidio».
Amores en todos los sentidos, en todas las direcciones que en su máxima expresión positiva son el amor infinito de cualquier persona pero con el que siempre damos por hecha la absoluta carencia de egoísmo de la otra persona, su completa estabilidad, su absoluta bondad…sin contar que lo que a veces es amor se transforma en chantaje emocional. Y poniendo un caso cotidiano y fácil de entender, no es tan fácil de discernir cuando no ir a casa de la familia en navidades está siendo una crueldad por nuestra parte o una crueldad por la suya CASI obligándonos a ir. Y lo mismo se aplica a todas las manifestaciones del amor: Esas expectativas que nos ponen o ponemos sobre otras personas, sin haber pactado con esa/s persona/s que tendrán que satisfacer esas expectativas o, de lo contrario… quién sabe.
Una nueva ética del amor
Como dicen Luengo y Rodriguez
«en la línea de lo apuntado por Thomas (2004) y Luengo (2008; 2008a), creemos que el abordaje de la violencia requiere de un nuevo concepto de amor, de una nueva ética del amor que nos enseñe a aceptar la diferencia, el respeto hacía uno mismo y hacia el otro, que enseñe que el amor, como cualquier otro sentimiento, está sujeto a un proceso de desarrollo y que su mantenimiento requerirá de esfuerzo y voluntad a fin de mantener vivas la ilusión y el deseo.»
Y lo que proponen, publicado en el anuario de sexología de 2010, para que se dé esa nueva ética del amor son cinco facetas que exigen un desarrollo muy amplio, a muchos niveles. Aquí lo explican para el amor romántico, pero no es difícil imaginarlo en el resto de manifestaciones del amor. Como en todo, no hay recetas mágicas inmediatas:
«Cultura de la diversidad familiar.
Es necesario que investigadores y profesionales, que siguen fundándose mayoritariamente en supuestos tales como el de que una familia nuclear de cónyuges en primeras nupcias facilita el mejor entorno para la felicidad conyugal y la educación de niños y niñas adaptables y saludables, superen supuestos y estereotipos vinculados a la ideología de la familia nuclear de tipo tradicional. Se hace necesario educar, desde las primeras etapas, en la idea de un amor complejo y diverso.
Son necesarios programas educativos que contribuyan a la cultura de la identidad personal y grupal. La individuación, la autorrealización, la identidad de la pareja y la identidad de la familia tienen que ser procesos conciliadores entre sí que conformen una cultura democrática para la persona, la pareja, la familia y la sociedad, una cultura que “agarre y suelte” a sus miembros, que socialice a personas en los principios de la igualdad y la libertad.
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