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Hoy es Bi-ernes (2) : «Las buenas compañías» (primera parte)

9 agosto, 2013 a las 11:00/ por

Como dije la semana pasada, publicaré en 4 partes (creo) las 6000 palabras del texto que envié a Miguel Obradors para su libro. En él cuento mi evolución desde que comencé con las primeras experiencias sexuales hasta hoy día. Como dije también, el contarlo cronológicamente permite ver más fácilmente qué cosas influyen para que yo llegue a determinado punto hoy día. A que se vean cómo van influyendo las situaciones, las personas que me encuentro, el entorno… algo mucho más orgánico, real, que un texto académico. Allá vamos.

 

Las buenas compañías (primera parte)

«Las veces que he ido a alguna charla en la que contaba mi “descubrimiento” de la bisexualidad, de mi orientación, siempre he contado la misma anécdota para comenzar. Una anécdota que no me descubrió nada sobre mí, sino sobre el mundo que tenía alrededor. Como he oído muchas veces, la orientación sexual no es una opción que se elige, sino algo que nos sucede y que, de repente, descubrimos que lo que es natural en nuestra vida choca en algún momento con la gente que tenemos alrededor. Descubrimos que lo que nos parece «lo normal» resulta que no es lo mayoritario o lo socialmente aceptado. No descubrí que yo era bisexual*: Descubrí que el mundo no lo era.

Contaré todo el proceso en orden cronológico. A pesar de que se tocan temas de identidad y bisexualidad, de su relación con el BDSM, con las relaciones abiertas, de los armarios, de la doble invisibilidad… el escribirlo en orden cronológico creo que da una visión más orgánica, más realista, más cercana de cómo se han ido enlazando las diferentes situaciones para acabar dando un determinado resultado hoy día. Analizarlo por temas me da impresión de dar una visión más académica, pero a costa de ocultar las propias huellas dejadas al pasar por todas esas experiencias, a costa de perder las perspectiva sobre cómo se han ido enlazando unas experiencias con otras.

Yo ya había tenido mis primeros escarceos (tocarse y masturbarse mutuamente, sexo oral) con amigos desde muy pequeño, desde ¿los 10 años?. Quizá los 11. A los 12 recuerdo perfectamente que me atraía el BDSM, las ataduras, los relatos de torturas… con lo que deduzco que tenía que ser antes de eso. A los 10 o poco antes me había enterado, escuchando a unos compañeros de clase, algo sobre masturbarse, y ese día empecé a hacer prácticas a solas. Creo que ese fue el comienzo de mi vida sexual, o de la que soy consciente.

Esos escarceos con amigos los tenía siempre a escondidas pero no por ser con niños en lugar de niñas, sino supongo que porque tenía claro que el sexo era algo problemático. No tenía la sensación de que eso fuese algo prohibido por ser de un tipo u otro, sino simplemente por ser sexo. Quizá es algo que le debo a la curiosa relación con la sexualidad que había en casa de mis padres, una experiencia que quizá sea muy común en España. O no. Era un lugar donde el sexo, para bien o para mal, no existía. Supongo que es lo que se puede llamar, con todo su sentido, un ambiente reprimido. Pero no perseguido, ni criticado. Simplemente no existía, no se hablaba nunca del tema. Tabú. Una de tantas casas donde, cada vez que salía algo sexualmente explícito en televisión, se cambiaba de canal. Sí hubo un punto en que me dieron uno de esos libros de educación sexual para menores, “¿De donde venimos?” o “¿Que me está pasando?”, pero me da la impresión de que a esas alturas ya me había leído, por lo menos, muchas páginas de mis dos principales fuentes de información: El «Libro de la Vida Sexual», de Lopez Ibor (en realidad escrito por una pareja izquierdista) y el de «Educación sexual» de Salvat, que tenía algunas páginas muy interesantes dedicadas a las perversiones*. Quizá fue ese ambiente lo que contribuyó a que no hubiese tampoco unas normas que marcaran la línea entre el sexo “aceptable” y el que no lo sería, a que no haya una visión moral del sexo y que haya tenido que encontrar mis propios principios, una ética personal. 

Leyendo esos libros, y las revistas porno cuando las descubrí, empezó a existir una distancia inmensa entre lo que yo leía frente a lo que veía a mi alrededor, con un resultado curioso. Yo por un lado leía que existían mil opciones diferentes en el sexo, fuese ser gay, lesbiana, bisexual, transexual, como prácticas y perversiones* varias. Y por otro, como el sexo era tabú, mi entorno familiar ni social tampoco hizo presión distinguiendo entre lo normativo y lo transgresor de todo lo que iba leyendo. No recuerdo escuchar comentarios homófobos ni LGTBfóbicos durante mi infancia, en mi familia ni tampoco en mi entorno más cercano, con lo que mis tendencias se basaban más en qué me gustaba y qué no.

Y entonces sucedió esa anécdota de la que hablaba al principio, la que me enseñó dónde estaba la linea de lo socialmente aceptable: Con ¿12? años, quizá antes, iba en autobús al colegio. Unos minutos antes de que llegase el autobús encontré en el suelo una pequeña revista gay de relatos y fotos de hombres desnudos, no había sexo explícito. Cuando llegó el autobús para recogerme, y sintiendo que haber encontrado la revista en la calle era todo un hallazgo, enseñé a un amigo como un trofeo: “¡MIRA QUÉ HE ENCONTRADO!”, dije al subir. Recuerdo que en ese momento me sujetó la mano y me la empujó hacia abajo diciendo en voz baja, “¡guarda eso!….”.

Y así descubrí que aquello no era normal, que no era lo mismo una revista porno con mujeres desnudas que con hombres. 

De todos modos, como ya he dicho, había tenido mis pequeñas aventuras con amigos de mi edad, y como en mi entorno familiar no se condenaba explícitamente las relaciones entre chicos, seguía viendo como algo más o menos normal el relacionarme con otros niños de manera sexual. De esa época son también mis primeros recuerdos de los “avisos” que le llegaban a mi madre por parte de su entorno diciendo que igual yo era un poco “raro”: Uno de esos veranos lo pasé entero en un camping, y me ponía muy a menudo una camiseta larga, muy larga, roja y con flecos. Algo que debía llamar suficientemente la atención cuando le acabaron diciendo a mi madre que tuviese cuidado, que igual eso era señal de “algo más”. No sabía esa gente que ya había estado yo haciendo “algo más”.

Eso hacía por ejemplo que, con 13 años, me resultase de lo más normal estar tocándonos el paquete mi compañero de pupitre y yo. Nos tocábamos y tocábamos, hasta terminar con unas erecciones estupendas, aunque no recuerdo haberme tenido nunca un orgasmo en clase. Lo de tocarnos lo manteníamos oculto frente a los profesores por lo que tenía de no prestar atención, pero no recuerdo ni una sola vez mantenerlo oculto al resto de compañeros/as de clase, ni vigilar que no nos vieran. Tenía que ser bien fácil de ver desde el pupitre de al lado…

Era un colegio mixto. A pesar de eso, aunque en esa época también intentaba ligar con chicas, no hubo ningún resultado de contenido sexual. Aún pasarían tres años hasta que aparecieron las primeras “novias”.

Cambié de colegio con catorce años y ahí comenzó lo que llamaría mi época más heterosexual, en la que creo que más tendí a parecerme a lo que veía alrededor, a lo que se suponía que “tenía que hacer”, lo que mi entorno esperaba de mí.. Fue un período de aproximadamente cinco años en que probé lo de “tener novia”, lo de ir siendo “chico”, lo de tener una identidad “normal”, sin tener sensación de estar nadando contracorriente en ningún momento. Fueron los años de ir aprendiendo a ligar, a meterse mano, a besarse, al ritual de salir, de esconderse en portales, de tocarse… Aún así, aún en esa fase tan aparentemente “heteronormativa” yo seguía saliéndome sin darme cuenta del pequeño espacio que me permitía ese rol: Pedí permiso (y dinero) para poder ir a clase de ballet-jazz con mi “novia” de entonces. Y recibí el primer comentario homófobo que recuerdo: Que eso de bailar era de mariquitas.

De esa época vienen experiencias de otro tipo, otra experiencia parecida a la del autobús y la revista, pero relacionada con la monogamia y la no-monogamia. En esa época solíamos salir, como dos parejas hetero, un amigo del colegio, dos primas y yo. Un 28 de diciembre, día de los inocentes, por una broma de la novia del otro chico que acabó de una manera inesperada (ella les hizo creer que se estaba besando conmigo y así descubrimos que mi amigo y la otra chica se gustaban realmente), terminamos saliendo de aquel portal con las parejas cambiadas de manera consensuada; mi amigo con la que era mi novia al principio de la tarde, y yo con la de mi amigo. Y me resultaba chocante al final del día estar caminando por la calle sujetando la cintura de la otra chica…y notar que le resultaba de lo más natural a todo el mundo. Y a mí también.»

—–

*utilizo siempre bisexual aunque realmente me considere queer. Pero como el libro acabará en manos de gente de niveles muy distintos, prefiero usar bisexual con asterisco y aclarar al final mi identidad.

La imagen de cabecera, de aquí. La de los muñecos, aquí. La del niño, de aquí. La de las dos parejas, de aquí.

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