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Una realidad (online) inabarcable

3 noviembre, 2015 a las 20:42/ por

Es humano, es lógico. Han sido 20 años desde que la realidad se nos ha hecho inabarcable. Desde 1995, aproximadamente, hemos descubierto que podemos escribir cientos, miles, cientos de miles de emails gratis a gente en todo el planeta. Podemos ver imágenes casi en tiempo real de todas las celebrities que las van subiendo a sus redes sociales. Podemos buscar aventuras online con cientos de miles de personas, en un sólo día tenemos cientos de posibilidades en la palma de la mano a través de un montón de apps. Podemos tener cientos, miles de personas que siguen lo que decimos, lo que hacemos, lo que comentamos…  Todos estos números, datos y direcciones, en la época analógica, hubiera significado que tuviésemos una agenda telefónica (¿os acordais, esa libretita de la A a la Z?) del tamaño de una enciclopedia.

 

 

 

Es humano aspirar a ser como las celebrities, como la gente famosa. Eso lo saben muy bien las revistas del corazón, los programas de televisión, la publicidad… y las redes sociales. En España hace menos de 10 años que está disponible Facebook traducido. Y se nos convirtió en el ¡Hola! propio y de nuestras amistades: Nacimientos, cumpleaños, bodas, juergas, vacaciones, nuevos aparatos, logros… todo iba apareciendo en nuestra revista del corazón online. Y con Instagram ya pudimos completarlo, siendo nuestros propios paparazzi, persiguiéndonos a todas partes,  haciéndonos selfies continuamente, compartiendo lo que comemos, lo que vemos, lo que vestimos.

Queremos que se nos vea como se ve a la gente famosa, porque es lo que identificamos con tener éxito, antigua demostración de que dios había elegido a esa persona (según el protestantismo). Lo que aparece en las fotos de la gente famosa es —como siempre ha sido— la imagen que queremos tener. Y queremos que las fotos que compartimos se parezcan a lugares donde hemos visto a celebrities, en poses que adoptan las celebrities, imágenes de que todo va perfectamente, imágenes de éxito, de ser cool, de que todo va genial.  Lo malo de esa estrategia es que, como contaba Gabriela en su charla, cuanta más distancia exista entre nuestro yo ideal y nuestro yo «real», peor será nuestra autoimagen, nuestra autoestima. Y cuando más se parezca el yo que queremos que la gente vea y el yo que somos realmente, mejor nos sentiremos.

 

 

Lo malo de querer parecerse a las celebrities es que nos queremos parecer a… gente con mucho dinero, que vive de su imagen y que, normalmente, vemos a través de medios donde se retocan sus imágenes con photoshop, donde profesionales de la fotografía con todo un equipo de personas a su alrededor consiguen que las fotografías sean espectaculares. Y las que no lo son, se retocan. Hay que ser la imagen de la perfección y el estilo 24 horas al día, todo eso aderezado con un par de comentarios de que somos un desastre en algo —quiero que me vean como si fuese alguien normal— y alguna foto en que se nos ve en poses ridículas, pero lo suficientemente ridículas para demostrar que no es verdad, que en realidad tenemos mucho estilo, Y ADEMÁS, capacidad de vestirnos de manera ridícula, poner caras «feas» porque, EN REALIDAD, molamos mucho.

Y ahí se vive, detrás de esa careta, todo el tiempo que se puede, porque nos es muy agradable ver a nuestro personaje ideal que es aceptado por mucha gente… hasta que a lo mejor, un día, nos cansamos de que la gente se relacione con ese yo ideal, y queramos que se relacionen con lo bueno y lo malo que tenemos, que acepten las dos cosas. O quizá, es que nos hemos hartado de vender una mentira. Quizá tras la borrachera de los números, de esa realidad que nos supera… queremos algo a nuestra escala, algo real.

Un buen ejemplo de este recorrido es Essena O’Neill, la chica con más de medio millón de seguidores en Instagram, a la que podían pagar 1.800 euros por subir una sola foto con determinados producto. Esta chica ha decidido retirarse, descubrir las mentiras que hay detrás de muchas de esas fotos…y comenzar una nueva causa, Let’s Be Game Changers.

 

OVERWHELMED AND BEYOND WORDS GRATEFUL from Essena O’Neill on Vimeo.

Ahí la está, llorando, emocionada porque ha recibido una atención inmensa cuando pensaba que la rechazarían al ser ella «de verdad». Siento que no esté traducido, aunque calculo que antes del fin de semana alguien va a subtitularla/doblarla. En resumen, dice que está muy contenta que lo que ella ha hecho llegue a tanta gente, que se hable de tema, que la gente se dé cuenta de que ya está bien de querer aparentar éxito todo el rato, de querer ser alguien con fama mundial todo el rato… cuando ya tiene la fama mundial. Algo que también acaba de hacer Lady Gaga: Descubrir, en una charla en Yale, que CASI decide dejar la música y que prefiere relacionarse con un yo más auténtico, que prefiere quererse cada vez que se vea delante del espejo.

 

https://www.flickr.com/photos/pestoverde/15021193310/

https://www.flickr.com/photos/pestoverde/15021193310/

 

¿Pose o autenticidad? Sólo el tiempo dirá donde está cada cual dentro de unos años… De todos modos, tiene posibilidades de ser real algo que están haciendo más miembros de la generación Y (o más conocido como «millennials»), quienes nacieron entre 1980 y ¿1995?, una generación que se ha creado con la redes sociales desde su adolescencia, desde fotolog, MySpace, a Twitter, Facebook, Whatsapp o Snapchat. Una generación de la que abundan noticias —estadounidenses— de que dejarían su trabajo si no les permitiesen estar pendientes de sus redes sociales de vez en cuando.

Una generación seguida por la generación Z, la nativa digital, la que nació entre 1995 y los primeros años 2000, la que no entiende qué significa una vida sin internet (igual de raro que imaginar un mundo sin radio, televisión o teléfono). Esta generación es la que más se ha replanteado esto, y se están yendo de las redes sociales: Como ejemplo de gente famosa que lo hace (volvemos a los yoes ideales) están Lena Dunham (29 años) o Jaden Smith (17 años y casi 6 millones de followers), pero entre el resto de Z’s parece que también ha cundido la idea de que quizá es buena idea cuidar de su privacidad. Han aprendido de los «accidentes» que han tenido sus mayores millennials en las redes sociales, compartiendo de manera ingenua demasiada información. Que se lo digan a Guillermo Zapata por ejemplo y tantos otros.

 

 

Sea por discreción, por falta de autoestima, por pereza, por pocas ganas de compartir cosas o por falta de tiempo, es mejor que seamos conscientes que lo que vemos en las redes sociales no son nadie, sino una faceta de alguien de quien seguramente estamos perdiéndonos la mayoría de su realidad. Como decía hace poco Analía Iglesias en su cuenta de Facebook (las negritas son mías):

«Facebook es el gran espejismo de hacerte creer que sabés lo que pasa en la vida verdadera del otro… ese otro que en realidad hace ficción, ciertamente, en sus relatos facebookianos, incluso cuando hace como que habla de su propia existencia corriente de carne y hueso.
No, chicos, nein, non, niet, no sabemos casi nada de lo que le pasa al otro, ni si está contento o triste (apenas podemos intuir si está un poco ansioso y posteador, expansivo o para adentro, pero siempre en la ficción del enjambre virtual), tampoco sabemos ni sabremos cómo se gana la vida, ni de quién está enamorado, ni en qué divisa tiene su cuenta (si es que tiene cuenta en el banco), ni con quién se acuesta (ni si está o no entre sus amigos visibles su compañero de cama) o si es asexual o masoca, ni lo que desea (salvo que seas capaz de leer lacanianamente entre líneas, aunque sin referencias verdaderas, hmmmm, raro).
Sugeriría, si me lo permite la amable audiencia, por una cuestión de salud mental y respeto (así como… social básico), no hacer interpretaciones sobre el otro, en general. Bah, digo, de mí piensen lo que quieran, no voy a salvar públicamente ninguna duda no relacionada con este enjambre virtual y su lógica y sus reglas… y por privado solo hablo con los amigos de carne y hueso».

 

 

Sería recomendable que viéramos Facebook con la distancia de que no es más que un escaparate donde alguien pone algunas cosas que pueden ser ciertas o no, donde cada cual da una imagen no sabemos por qué razones (como dice Analía) y que sólo estamos viendo una pequeña parte de su vida, sólo la superficie de lo que decide hacer estando en la situación en la que está. Porque cada cual lucha sus problemas a menudo bastante lejos de la pantalla. Porque cuantos más problemas hay, menos se ve en las redes sociales. Eso he comprobado con mis amistades: Cuando han tenido problemas económicos realmente serios, primero han dejado de escribir porque, quizá, les da vergüenza no poder presumir de comidas, ni viajes, ni compras. Y después se van conectando cada vez menos, porque sólo se pueden conectar desde el wifi gratuito de un bar o una biblioteca… y poco a poco desaparecen de nuestro radar.

Esa autencidad que buscamos, ese aceptarse con lo bueno y con lo malo (que siempre tenemos, que siempre tendrá el resto de la gente), seguramente sea «multiplataforma»: Seguiremos teniendo amistades en Facebook, porque funciona muy bien para mantener el contacto con quien está lejos, pero no veremos la necesidad de compartir lo bueno y lo malo, —no vayamos a arrepentirnos— sino dejando ver una pequeña parte de nuestra vida y punto. Y tendremos un poco de nuestro yo ahí, otro poco en whatsapp, otro en el email y el teléfono…  pero todo a una escala más humana.

 

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(fuente de la imagen principal)

 

 

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